Enamorada de la Luna (microrelato)



Teresa se acercó al alféizar de la ventana y vio el mundo montado en una estrella fugaz sobre un cielo azul violáceo oscuro, suspirando y rozándose su largo cabello...
Con sus ojos bebía su vida tranquila y feliz, y la luna entró sin llamar con ganas de sentir, juguetona, saborear su piel, testigo mudo. Moldeó a modo revoltoso su estado, vagando por sus sábanas sentada entre almohadas, se dejó hacer.
La luna seguía muda, tarta de dulce de leche, cercana, acunaba a Teresa entre sudor y sus faldas... mezclando el tintineo del cabecero de la cama y la risa que desprendía el gozo de su interior.
El cielo se teñía de blanco marfil, las flores crecieron entre las trenzas de su pelo, sus manos blanquecinas abrazaban a una Luna de entera, llena de pasión.
Teresa prometió darlo todo, pero sólo pudo darle todo lo que tenía entre su corazón y su alma: vigor, fe y pasión... Su amor era demasiado grande para cortarlo en láminas finas de despedida... La luna respondió que su amor siempre estará cuidándola... Teresa la dejó volar, y sus ojos lloraron hasta doler, y sus manos se quedaron rotas, sin quehacer.
Desde entonces, la Luna, sale todas las noches, a acunar a Teresa, su vida. Velándola.

(La foto realizada desde mi ventana, la misma noche que Teresa conoció a la Luna)


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