caída_libre_

                       





Me apretó con su mano la garganta, con la otra me agarraba con fuerza mi pecho; mis bragas en los tobillos y las medias despedazadas en el suelo. No solo el rimmel estaba corrido. El hijo de la gran puta se había corrido dentro, como si con su esperma hubiera secado mi alma y deforestado mi cuerpo.

- No alargues más la agonía, cabrón.- le escupí mientras quería meterme su insulsa y torpe lengua en mi boca.- Mátame que es lo que más deseo, antes que mi memoria me martirice en tu asqueroso recuerdo.
Caí al suelo al notar un golpe seco en la cabeza. Pensé en tan solo un segundo que había muerto.


Salí del trabajo más tarde de lo normal, un problema con un informe me hizo anular la cita semanal con mis chicas; el día intenso y el frío se enredaron como plomizo sobre mi cuerpo, sintiéndome más frágil de lo normal.
- ¿Dónde vas, preciosa, tan sola y tan tarde por estas calles?.- me abordó un tipo con una gabardina oscura que me hizo sonreír por la manera tan absurda de ligar...
- Perdona, no estoy para nadie. Agotada.
Se despidió con besos lanzados con su mano. Empezó a llover. Mis pasos se acumulaban entre la desesperanza y la mala suerte. Pasos rápidos, no encontraba el coche.
- Si el amor hubiera llegado en otro momento; si hubiera sido posible descifrarlo cada mañana cerca de tu corazón.- musitaba hasta que encontré el coche entre la neblina de mi razón y la oscuridad de una noche húmeda.
El sonido y la luz de los faros me volvieron al momento en el que estaba. La mezcla de sudor y agua de lluvia que recorría mi espalda, helaba mi piel y erizaba mi vello.- No, si ahora me constipo.- maldije.
Antes de entrar me sacudí el pelo, abrí la puerta del coche. Lancé mi bolso y el portátil a los asientos de atrás... Al quitarme el abrigo, una mano cerró de golpe la puerta y me quitó de mis manos las llaves. Bloqueó mi movimiento, sin reservas, no podía con él.
Me cogió en volandas. Me tapó la boca. Mis zapatos quedaron en el asfalto, como preludio de espacios vacíos helados. Me muero por dentro. Su mano sacude mi entrepierna. Amenaza. La noche perdida y no me hallaban. Mi cuerpo ausente. Me arrastra a un oscuro portal de oficinas. Amarra una de mis manos a una columna, afloran mis pechos con fuerza de la blusa: me caigo al vacío. Los lame ansioso, llenándome de babas y de señales violáceas de mordiscos. Lloro. Grito mudo.


- Señorita... ¿está usted, bien?.- me hablan.
De un respingo, vomito, escupo, grito, maldigo, pataleo...
- Tranquila, soy médico, estamos aquí para ayudarle.
De negro se tiñó la noche, donde se halló sin pulso, mi alma. Me tumbaron en una camilla. Cerré los ojos. Quise estar muerta.


- Dicen que el tiempo lo cura todo. Hoy por hoy, soy una mujer rota. No tengo más lágrimas, ya. No consigo dormir sin somníferos y tengo miedo a salir a la calle, me asusta la gente, me asusta la lluvia, me asustan los ruidos estridentes.- expliqué a los presentes en el auditorio de la facultad de medicina, mientras mis manos restregaban mi rostro a modo de rutina dejando rastro del peso de mi tristeza.
Hay traumas que ponen al tiempo a prueba, resultado: todo sigue siendo relativo, y siempre lo será porque hay heridas que el tiempo no puede curar. Mi vida bascula hacia una tortura psicológica. Por eso quiero hacer testimonio de mi experiencia, porque ocho de cada diez mujeres que han sido violadas deciden llevar la carga del dolor en silencio. Yo no, pese a que todavía no estoy bien. Finjo ante mis seres queridos volver a disfrutar de la vida, pero vivo disociada de la realidad, de mi realidad, me creé una historia para los demás y para mi miedo.
Quiero volver a sentirme viva y saber pedirme perdón.


Un aplauso fortuito le hizo sonreír; todo el auditorio se puso en pie: un abrazo de razón.


Pintura: “Susana y los Viejos” de Claudio Coello, 1663. Museo Del Prado.

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