La herencia de Tía Ana.


Todos se reunieron entorno al féretro de Tía Ana, una familia numerosa sin olvidar a los parientes lejanos, en medio del salón de su casa de campo, cerca de la estación de tren. Allí solía pasar los tiempos muertos, en las vacaciones estivales o en los momentos de reflexión, como ella lo llamaba; rodeada de tres gatos pardos y un perro ciego que guiaba a los cinco por el olfato.
Tristán ya no la conduciría más por los pasillos estrechos de la casa, y Lupe, Silvestre y Rita no maullarían más al compás de un sonido metálico, el del plato de comida que solía ponerles en medio de la cocina.
- Era lo mejor para ella, y lo mejor para todos nosotros.- Susurraba Paquito a su madre en medio de un silencio cegador, conversaban entre rezos de lo buena que había sido con todos Tía Ana.
- Mi hermana no era religiosa, Octavio, por lo tanto quita esa cruz del ataúd, no quiero que se le revuelvan las tripas.- gritó entre sollozos y pasándose el pañuelo entre los enormes ojos negros, símbolo de la familia Piñeiro, denominación genética de las mujeres de la familia.
- Ya voy, mujer, anda que cosas tienes, con que se iba a dar cuenta.- Octavio quitó la cruz con ayuda de una maza y un estilete, desencajando la tapa de manera que se divisaba, por casualidad, el vestido de la mortaja.
- Es de encaje, ¿no, Elvira?, tu hermana va linda, es el del modelo que ella quería, que recogió de un recorte de la revista que vio en el centro de mayores.- besándola en la frente.- ¡Qué buena era! ¡Cuánto la vamos a echar de menos!
Todos lo sabían, pero esa convicción no ralentizaba el dolor, la ausencia para siempre de lo mejor de ella, porque a sus noventa años, mucha vida corrida ya, como solía decir ella, y la otra parte perdida hace unos años, porque ya no sabía quien era, ni quienes eran todos los que venían a reunirse los domingos entorno a un potaje cocinado a fuego lento por la hermana menor de la familia.
Una tarde, cuando el sol arreciaba entre los viejos álamos del corral de la parte trasera, Tía Ana gritó al aire:
- Cuando yo me muera, quiero que todos viváis en paz, y comáis juntos a mi salud.
Rió fuerte, y al rato lloró suave como un bebé insomne en una dura madrugada.
Sabían todos que Tía Ana, padecía una enfermedad incurable que la dejaría desprovista de razón alguna, pero que en ocasiones la lucidez la volvía de una pieza como antaño.
Mujer de carácter fuerte, entregada a su familia en cuerpo y alma, derrochando generosidad, amor puro, porque aprovechaban su soltería para endosarle hijos, sobrinos y nietos, a lo que ella siempre respondía con un eterno cigarro en sus labios y una gran sonrisa haciéndose paso entre sus dilatadas arrugas de su rostro.
Curtida por la vida, gran fumadora de Winston.- niño, dame sin boquilla y blando, para notar bien las bocanadas de aire denso y caliente que entran en mis dos sufridores pulmones...- desde que los hombres miraban mal a las mujeres que fumaban, precursora del pantalón de pinzas de corte masculino y tirantes, leía a Voltaire y Virgina Woof, y escribía pequeñas anotaciones de pensamientos claros recogidos en remiendos de pliegos de papel que servirían de hurto para la pequeña Isabel, protegida y favorita de Tía Ana.
Les había querido tanto que ellos sentían una pérdida física de cada uno de los miembros de la familia... huecos, sin habla y gesticulando con fruncidos rostros y afligidas almas, crearon entorno al velatorio, parte de la vida de Tía Ana: se abrazaban, besaban y se cogían de las manos, para hacer ver a su queridísima Tía que su amor iba a ser recordado siempre, cada uno a su manera.
Había sido una mujer independiente, viajera, teatrera, pertenecía a la compañía de teatro de la ciudad, "Marianela", como directora y actriz principal, con una capacidad de convocatoria extraordinaria y de gran éxito.
Tenía mucho carácter, todos la recordaban como una mujer de armas tomar,.- con un par de huevos.- decía el párroco del pueblo.- yo nunca la vi entrar en la casa del Señor.
- Ni falta que la hacía, porque ella era su universo femenino, sabía de política, de deportes, y perjuraba en la religión, la crispaba.- sentenció Luisito, el mayor de los sobrinos.
La refulgente y fría mañana de la incineración del cuerpo de Tía Ana, todos vestidos de domingo, tenían una cita a la hora del almuerzo, celebrar el tesoro de la herencia de Tía Ana: el amor inculcado a la familia y repartirse el haber compartido con ella una vida llena de generosidad y estima.



Comentarios

  1. Que personaje tubo que ser Tía Ana, y nadie mejor que tu para contarnoslo,
    para describirnos lo mejor de tu especialidad: la mujer, guerrera, vivida, valiente, fuerte. Capaz de ponerse el mundo por montera y salir triunfante y sobre todo admirada. Me gusta mucho Miguel Angel.

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  2. Me quedo con la miel en los labios. Cuando contínuará?

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