femenino singular III: Regina, el deseo de ser sirena...

A la salida del conservatorio, caía la noche de bruces sobre Regina, y un frío calaba su diminuto cuerpecito, agitando su larga melena morena... Alcanzó las solapas de su abrigo haciendo ademán de quitarse el helado viento que arreciaba, en su garganta.
- Ya llegó el invierno.- sonrío mientras respiraba hondo...
Los acordes musicales quedaban retenidos en su cabeza, e intentaba contonear su silueta a modo de baile entre los transeúntes que se encontraba.
Estaba contenta, eran buenas noticias para ella, le habían dicho que tenía una coloratura de soprano lírica, y sobre todo estaba controlando su voz... era maravilloso.
En su cabeza retenía toda la melodía de "O mio babbino caro", desprovista de técnica y su mejor arma su maravillosa voz.
-Eres un diamante en bruto, Regina.- le dijo la maestra.
Se había dado cuenta de lo duro que era superarse, y sobre todo despedir esa soledad tan amarga después del aplauso.
Su vida se basaba en recuerdos, y cada recuerdo era una nota musical, y cada tiempo un segundo pasado, pasando a ser una nostalgia de su mente y el corazón lo guardaba en su parte de atrás en forma de cajita de música... Cuando tensa su cuerda, salían todos sus momentos a escena, conmoviendo y emocionando al espectador más allá de los límites del sonido... transportaba con su voz al cielo, "Ah, fors´é lui... Sempre libera", fluye a través de su sonoridad como la lluvia, y sentía gratitud en cada instante de su aria.
Regina se nutría del escenario, y estimulaba con su presencia, brindando con un impulso libre, creando con su voz, con sus gestos... Sentirla era como bailar desnudo acariciando las olas del mar, en una noche de luna llena.
Escondía un secreto, le oprimían los zapatos, señal para mantenerse en la tierra, para darse cuenta que pisaba bajo el mismo suelo de los mortales, por eso, siempre salía a escena con unos zapatos de un número menos, para entenderse a si misma.
Tenía la vida metida en la voz, no importa qué tanto le ha cambiado en los seis años que llevaba cantando. No importa si es más o menos dulce que antes, más aguda o no, ni si su voz requiere un espacio... Sus pedazos de vida se han ido desprendiendo en cada melodía, nota, tempo, y han quedado anexionadas en la piel de la audiencia, concediéndole el equilibrio de la luz, desnudando el alma. Cuando canta frente al que sabe escucharla, consigue deshabitar al intruso ser, para que sólo quede uno mismo, nada más, siendo una hechicera de la canción que cura con su canto los males que llevamos dentro, enfundándose y contagiando en sensibilidad.
Su deseo: ser una sirena, seres fabulosos, distinguidas por una voz musical y prodigiosamente atractiva, como una náyade capaz de encandilar irresistiblemente a los mortales, marcándolos en los recuerdos como una brújula que marca la posición, hacerles sentir lo bello, lo etéreo, lo fascinante... pero ella debe creer en que puede hacerlo.
- Que apretado es el silencio que sofoca la soledad de un aplauso, y el aire se hace poco.- murmuró entre su bufanda de lana.
Para Regina, la felicidad era una suave melodía de Schubert, un aria de Puccini en el jardín a media tarde y la belleza de una escena terminada con un beso del galán.

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