˙˙˙ɐʌǝnll ǝnb ɐɾǝp

Amanecí nublado como el tiempo exterior... Mi punto cardinal se encontraba bajo la sábana gris de satén que Mariana me había comprado antes de mudarme, mudarme de vida, corazón y casa.
Dando vueltas en un baile silencioso, sin estrella y sin luna... Oscuro, negativo, al borde de mi mismo... No podía soportar el sentirme así, pero sí el derecho a reclamar un poco de atención a la que tantas veces mis amigos desistían.
Mariana conoce mis buenos momentos y mis males, me aguantaba todo, era mutuo, era cercano.
Quería salir, apresurado, recorrí mil calles a solas. Prometiéndome partir...
Un viento azotó mi cara, dándome la vuelta... Lancé mi mirada al cielo y una gota cayó en caída libre sobre mi mejilla, despertando del letargo como una puerta a medio abrir.
- ¿Augusto?
- ¿Violeta?
Comenzó a llover.
- ¿qué haces aquí?.- me dijo abrazándome hasta dejarme sin respiración.
- ¡Qué alegría verte!.- le dijo mientras seguía mirando al cielo...
De la fusión del abrazo, Violeta, soltó el paraguas y como una señal, surgió el diluvio.
Las Lágrimas resbalan por las mejillas uniéndose con el agua de lluvia y confundiéndose entre la espesa cabellera negra de Violeta, imposible reconocer mi llanto, ya que no emitía ruido, tan solo un simple sollozo.
- ¿Qué te pasa? Augusto, ¿Qué te ocurre?
- Nada... estoy vacío, sin poder regresar a ningún sitio, ni a los paisajes que perdí... Mi corazón está herido de tanto no sentir, y tu voz ha vuelto a mi como una última exhalación.
- Tonto... estoy aquí... Estoy para ti.
Me volvió a abrazar, y de pronto el calor entero de su presencia vino a mi... Violeta quisiera abrirte el alma y darte el cielo que hay en mi... Volver a descubrir lo que nos queda por sentir, por vivir.
Dime, sé que tu mirar no sabe mentir, y tu boca no huye de mis besos, por eso duerme la soledad vestida de negro en los fantasmas detrás de la víscera más pringosa... de esa no.
Un te quiero fundido en vida, hizo soñar mi espesura gris por la lluvia, porque te he querido tanto que todas tus risas se venían conmigo y con tantas ganas y empeño, que me quedé seco... a veces con acierto, a veces sin ganar.
- Violeta... me quedaría horas en tus ojos sin bastarme, y días en tus labios para columpiarme... deja que llueva en mi... deja que llueva besos de los de sabor dulce... bañados de tu ternura.

¿Qué sazón le falta al amor si uno pierde la aptitud para creer?
Creer, sí. Deja que llueva.





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