El Alud.


Contó hasta diez para organizar todo lo que se le venía encima. Adicta a los enamoramientos fugaces, aquellos a los que de inmediato no regresan. Enganchada a los vínculos instantáneos que destruye en apenas unos momentos, en un sonido de una palabra o en un abrir y cerrar de ojos.
Aferrada a un pensamiento ajeno, a una llamada de teléfono, a un inquietante principio de un final, de un prometo y un camino hacia una puerta abierta, atropellada por los pensamientos y sentimientos fugaces.
Manuela no podía ser feliz aunque quisiera.
Un sonido movió el sueño de su existencia, marcó su ritmo excitante de una mañana que no dejaba que entrase en la caótica habitación en la que vivía. Tal vez esa era la respuesta por la que ella creía no estar lista para ese momento. Preparada o no, tenía que pasar a otra etapa y cerrarla. 
Preparó café y se sentó a contemplar por última vez los pliegos encuadernados de papel, rozando con un dedo la portada, y una sensación de paz embargó su cuerpo que rompió en mil añicos por la emulsión de un pensamiento: El atuendo que iba a vestir. 
Manuela no podia retener los momentos vividos, porque todos ellos giraban vertiginosamente en los parámetros de su razón, de un análisis perpetuo y sus limitaciones. 
Temía que sus ecuaciones emocionales le llevaran por otros terrenos más farragosos, anclados en varias mujeres de su familia. 
"No hay garantías, ni avales para poder creer en una misma".- musitó.
La ducha la tranquilizó. Se recogió el pelo y dejó su cara en todo su esplendor; calmando su palidez con un precioso tono tostado de maquillaje y el rojo de sus labios le hicieron parecer más segura. Se sentía guapa, por momentos se quería. 
Paró un taxi. Entró subida en unos tacones, pero el blanco de su vestido la delató. 
Un silencio cortante. Pulso acelerado. Se mordía el labio inferior. El tembleque de la mano convulsionaba rítmicamente cada latido. Saltó de la silla, tropezando con la quimera de sensaciones.  
El tiempo se detuvo en los besos, en los abrazos, en los cuerpos desconocidos, en las sonrisas ajenas, en los aplausos al aire. Sin darse cuenta no lo quiso entender, bebía de esos destellos de celeridad de un éxito que llegó como si nada. Luz. Oscuridad. Luz. Oscuridad. Luz.
Manuela no sentía su estado sólido, porque el sueño era etéreo y nunca se había parado a pensar que lo podía conseguir. Dudó si el anciano que le esperaba al final de la pasarela de multitudes, para besarla, sería de verdad.  
"Gracias a todos. No sé si me lo merezco. Pero estoy aquí, nerviosa y al acecho de la locura transitoria.  Puedo quedarme quieta sin moverme en este suelo de plexiglás sin articular palabra, pero quiero que mi boca ría, y pueda disfrutar de todo esto, porque mi cielo de mentira hace de la frivolidad un modo de vida. Y mi amada Rosa, la que ustedes conocen bien, a la que ustedes han querido y premiado, enciende la máquina de volar en busca de nuevas aventuras. Gracias de verdad por el premio y dar voz a mi yo interior como dos melodías que confluyen para ensanchar la belleza de mi obra." 
Bajó del escenario y moviendo la cabeza en una pequeña reverencia se alejó de la sonoridad del éxito.
Respiró a partes iguales el humo de su cigarrillo y el aire condensado en lluvia. Lloró. Gritó. El azar jugó sus cartas y ganó. 
Al regresar a casa, Manuela suponía que era demasiado excitante pensar en el siguiente, en quién le estaría esperando ahí fuera y que aún no conoce. La pequeña mancha de sangre en su vestido blanco era ahora una realidad. 

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