dando paso a la incertidumbre


Cerró la puerta y salió corriendo como si no le concediera una última palabra, un gesto, una mirada... Los 29.877.650 segundos que habían estado juntos pasaron al ras de las lágrimas que recorrían sus mofletes rosados.
Leonor miraba al frente, erguida, movía sus piernas a velocidad fugaz, todo había acabado y pensaba que  caía en picado como sus pisadas en el barro del campo de amapolas donde, por fin, se dejó caer. 
Ella hacía honor a la verdad, buscando una señal ante tanta confusión de mentiras llenas, ahora ya no se podía reparar el daño. Ya no. Ahora nadie se creería su historia. Al menos fue precioso mientras duró, pensó.
Tumbada, los rayos del sol que difuminados en sus azules pupilas, quebraba sus rápidos sollozos. Apretaba contra sí sus puños y notaba sus latidos. Se hubiera arrancado el corazón de cuajo, inerte, convertido en ceniza que volaba ante su pequeña insignificancia, al contacto con el exterior.
En su interior, caliente, notaba como pulsaba su pecho y en el remoto instante de su máxima pulsación estaba él. 
Estaba allí echada con las manos llenas de quebrantos y millones de respuestas, con los pies descalzos de vanidad. La forma no la sabía, y el camino que empezaba se le antojaba eterno fin, sin ya poder mirar atrás ante la sonrisa vertical de su pecado.
Soñaba comprometida, con absoluta libertad, que el camino que recorría sin conocerle lo había andado con él, porque sin saber lo que buscaba le imaginaba. Sin saber que le quería ya le amaba... y volaba como las aves del cielo tan solo para embellecerlo, entre densas y blancas nubes; sin juzgar su forma o su densidad de sus besos. Simplemente por dejarse volar, alcanzando los filamentos solares y las suaves gotas de lluvia de su lamento.
Cerró los ojos a la verdadera identidad, que inundaba las huellas del camino que un día recorrieron y que no les llevó a ninguna parte. 
Quedará un recuerdo y una palabra en la garganta anudada. Dejará un halo de felicidad en todo ello, y volverá posiblemente a creer en ellos dos. Puro cariño, lealtad y aprecio convertido en amistad. 
Leonor se levantó y en pie, grito:
- No hay nada imposible si no lo deseo, podremos ser felices. 
Ella sabía que se conocieron por una casualidad, de fe ciega, como la forma que tiene el universo de indicarle una dirección. Ahora sabía que era aquello que le pedía el alma y la calma se lo devolvería  para poder avanzar. 
Atrás quedarán los besos ciegos, los labios resecos, en un tiempo líquido con el dolor de un amanecer que no comenzaba. Una angustiosa quietud vacía. Ya no tenía ilusión. 
Leonor volverá a perderse en los laberintos de los miedos hasta que vuelva a soñar y fluirá con todos los errores del pasado y las circunstancias del futuro. Enamorarse de un desconocido, quererle con tanta nobleza y salir parapetada del sueño hasta envolverla en una conciencia gris, lejos de los ojos juzgadores de los otros. Solo lo sufren sus corazones. Y odiaba darle la razón. 
Desanudó el deseo inerte de su piel y revivió la esperanza perdida. 
Leonor se sentó bajo la luna mirando a su espalda, sintió frío de su alma perdida en los sueños de alguien que un día conoció. Solo hablará el viento por encima del mar de los deseos. 

  

Comentarios

  1. Pobre Leonor; el tiempo apacigua pero el daño que uno hace queda por siempre para vergüenza del responsable.
    Leonor, no sufras, alza la mirada, levanta la barbilla, prosigue y no guardes rencor.
    Se fue, pero para encontrarse en un absoluto vacío, expíar sus culpas y sentir los aguijonazos del recuerdo.
    Todo pasa y todo queda pero lo nuestro es pasar

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