todas íbamos a ser R E I N A S

"En la tierra seremos reinas,
y de verídico reinar,
         y siendo grandes nuestros reinos,
llegaremos todas al mar."
(Gabriela Mistral)

Rosalía vivía cerca del mar, y todas las mañanas se asomaba la ventana para sentir la brisa que despertaba en sus ojos las primeras lágrimas de la mañana... Era el momento en el que se sentía viva. 
- ¡Cierra la ventana, mujer!.- se oye una voz en el interior.- ¡Darás qué hablar a los vecinos y no quiero que me señalen! 
Una mano robusta de cuyos dedos grandes y gruesos disiparon en tan solo un segundo la felicidad de Rosalía. La eterna mirada azul, se teñiría poco a poco de negro.


- Claro que te quiero, mi vida. ¿Cómo no te iba a querer? Esto es por lo mucho que te amo, por nuestra vida en común, porque eres mía, eres la razón de mi existencia, mi reina.
-Sole, contesta, mi amor. No te hagas la dormida... 
Soledad yacía en el suelo del baño. Inerte. Su cuerpo magullado y frío se mezclaba con la desolación de su interlocutor que de rodillas, suspiraba clemencia... No era el hombre de su vida, aquel al que juró amor eterno. El infierno nubló la existencia del amor, volviéndole un extraño querer a esta sinrazón. 


- Carlos, te presento a Paco, es mi asistente personal de la nueva campaña de publicidad.
- Hola, encantado, soy el novio de Ana.- se estrechan la mano. 
Conduce tú, es que estoy cansado, y he bebido más de la cuenta. Además tú eres más prudente que yo.
Ana se sube el vestido negro de satén, que le habían prestado para la convención de la nueva campaña de publicidad, para entrar en el coche. Hoy estaba feliz de su ascenso, brillaba como nunca, pese a las miradas inoportunas de Carlos.
- ¡No sé que coño te crees, ninguneándome delante de tus compañeros de trabajo!.- eleva la voz, mientras Ana se iba asustando por momentos.
- No grites por favor que estoy conduciendo.
- ¿Qué no grite? Eres una zorra engreída, ¿te atreves a traerme a esta fiesta para sentirte superior a mi? Dime...- la golpea en el hombro. Llora. 
- ¡No te pongas a llorar, que no te he tocado, quejica!
El dolor, la rabia y el desamor hicieron que Ana estrellase el coche contra un poste de emergencia. El choque con la realidad fue mortal, mortal para Carlos. 
Ana tardó en volver a creer en sí misma. Su piel quedó paralizada junto a sus lágrimas congeladas que con el tiempo velado tardaron en darse voz. Una voz negada para admitir un adiós. 



El paisaje de su día a día brotaba de las raíces de Leocadia, madre de tres hijos varones, dependientes de ella, y con un marido dedicado en cuerpo y alma a la tierra. Leo, como la llamaban las vecinas, notaba el peso de la vida en cada marca de su cuerpo, el candor del cielo y la malicia de la tierra, personificada en la estirpe masculina de la familia. Disimulaba su tristeza entre los animales de la granja, momento de mantener un olvido tan cercano en la presencia del que creía su compañero de vida. No encontraba la solución de sus errores, y recurría para sentirse mejor en una culpa, entre la razón y el corazón. No había nadie que pudiese frenar ese sentimiento: diminuta Leocadia se mezclaba entre los animales para sonreír y verse plena. La luz duraría poco, el atardecer hacía olvidar su nombre, olvidar la existencia, olvidar lo que quería, olvidar el odio que reflejaba en sí misma... 
Quería dormir lejos, en otra dimensión. Ya no era madre, ni esposa, ni amiga, ni compañera... era parte de un motivo. 
Una mañana las nubes grisáceas toparon en un instante la luz de Leocadia. Ahora los días se hicieron años. Descansó como ella quería, con una sonrisa. 



Recién cumplidos los diecisiete, Alba ya era una mujercita de armas tomar, sus padres le habían preparado una fiesta en una disco de moda de la ciudad... Presentó en sociedad a su novio Nico, un adolescente de pantalón caído y pelusilla como proyecto de bigote. Un pequeño héroe transformado en canalla  prometía que tenía para Alba una vida entera, una primavera en un invierno gélido... Un amor a su manera del que solo desinfectaba las heridas que iba proporcionando la rabia vertida en dolor... Ella pensaba siempre que era el principio de un final. Refugiada en una ciudad dormida, no encontraba el valor del momento de encarar la realidad. El viento le trajo a empujones y sin darle unas razones la dejó desprovista de fe. Alba escapó de un Nadie. Alba avanzó   con ganas hacia un mañana.


- La tristeza es la muerte lenta de la existencia, por eso, quiero soñar un amor simple, que devore mi pasión y no mi vida. Quiero encontrar una mano tendida en mi corazón y no en mi rostro. Oír palabras dulces susurradas y no gritos sin escucha. Sentir la libertad en cada sonrisa y no las lágrimas guardadas en mi miedo.- Eva lloraba mientras hablaba. Mascullaba sus palabras entre sollozos  y suspiros. Sentada frente a un foco de luz, dos agentes le intentaban formular preguntas para esclarecer lo ocurrido. 
- Señorita, nos llamó para informarnos que había matado a su marido.
- Así es... llegué al límite de sus vejaciones,... o él o yo, y sino miren las denuncias que tiene puestas.
- Ya... pero debe entender que usted ha cometido un homicidio...
- ¡Él lo cometía conmigo desde hace diez años! Me pegaba sin sentido, me violaba repetidas veces, no querrá que entre en detalles, agente... Porque mi dignidad escapó en el primer golpe... 
- Tranquila. Me hago una idea.
- No, no se la hace... ¡maldita sea!... Se me acabaron las ganas de suplicar, de ser transparente, de ejercer de esclava a sus deseos.- llora desconsoladamente.
- Lo siento. Tiene el derecho a guardar silencio. Cualquier cosa que diga puede ser y será usada en su contra en un tribunal de justicia. Tiene el derecho de hablar con un abogado. Si no puede pagarlo, se le asignará uno de oficio.
- ¡En esta guerra hemos perdido los dos!.- gritó. 



Lucía empezaba el día contemplándose en el espejo, mirada ausente, lo que vio ni siquiera la inmutó... se encontraba tan perdida en lúgubres pensamientos de derrotas y repetidas lamentaciones que ni siquiera deparaba que era un día más de suplicio. Entró en la bañera... pedida en un cuerpo muerto. Tenía una excusa perfecta para escoger el camino más fácil. Pero aún tenía algo que la hizo despertar de repente. 
- Mamá... ¿estás ahí?.
Ahora era consciente de su existencia. Abrió el grifo y dejó caer por el desagüe su imagen violácea.
- Cariño, mamá ya sale. Recoge tus juguetes que nos vamos a casa de la abuela.


- Huyo otra vez, pero esta vez no siento que huyo, siento que vuelvo, vuelvo a ser yo, me encuentro y voy sintiéndome a gusto, las culpas y resentimientos se disipan, así podré encontrar mi fe.
Necesito soltar el peso que me destruye, no quiero llorar, simplemente que las palabras me duelan de decirlas y no la garganta de callarlas, no quiero ser la piedra de nadie, ni el árbol que da sombra... 
María Consumía sus palabras en el susurro de un abrazo. La noche se mostraba inundada de estrellas, la luna deslumbraba su rostro y su alma clarificaba su existencia. Ya el pasado no le concede réplicas, ahora hay un futuro sin mirar atrás, sin sacrificar toda una vida. Ya no era el mal, Ahora renacía entre la ilusión y el destino. 
Volvió a sentir las caricias que convertían su piel en llama viva. Sintió, de nuevo, como unos labios refrescaban su sedienta boca, saciando su pasión... 
La mirada desconocida transmitía emociones. Volvió a sentirse amada, porque sin él, nada de esto sería... María volvió a tocar el cielo con las manos. 



  







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