muerto


Olvidé tomarme la pastilla para poder dormir, los últimos acontecimientos hacían estragos entre mis sueños y conseguían pararme en medio de una vigilia llena de desasosiego, temor y a veces de miedo,  terminando tapado hasta los ojos, sudando. Intentaba pensar en blanco, sin poder soñar contigo, esa imaginación de poder comerte los labios, y poder ser yo quien te desea... Pero nada, mi miedo protagonizaba una madrugada lenta e inmensa...
Esta noche tenía una inquietud, una corazonada, un ligero hormigueo por mis piernas que provocaba un malestar...
La oscuridad más absoluta y un silencio incómodo hizo que mi cuerpo se tornara rígido, tumbado bocabajo, con las manos adheridas a mi tronco, y mi ceño fruncido... De pronto, el sonido ensordecedor del teléfono, rompió la escena; salté de la cama, encendí la luz y atrapé el teléfono como si no se fuera a escapar:
- ¿sí?.- acertaba a contestar con mi voz ronca.
- ¿Abel?.- no reconocía la persona que me hablaba, lo que me hacía enfadarme conmigo mismo, por ser una persona olvidadiza. 
- Sí, soy yo.- me repuse.
- Berta ha muerto.- se quebró la voz que por momentos se distorsionaba, quizá por la emoción de unas lágrimas furtivas, o por la mala cobertura. 
- ¿Cómo?, ¿Berta?, ¿Cómo fue?.- pregunté insistentemente.
- Ya sabes como era, por salir en auxilio de un accidente en carretera, la han atropellado... Ha sido horrible, Abel,... la familia está destrozada... .- gimotea desconsoladamente.

Estaba siendo testigo de una noticia terrible, pero no podía reaccionar, porque no sé quien es Berta, ni la persona que me estaba llamando. No quería preguntar por no incomodar a mi interlocutor, la historia me estaba atrapando, no creo que fuera una confusión, si esta persona sabe cómo me llamo, es porque yo conocía a Berta.
- Eh, ¡cuánto lo siento!, debe ser atroz...- me tapé la cara, y por tan solo un segundo imaginé la escena, erizando toda mi piel y un nudo en mi garganta.
- Apunta la dirección del tanatorio, mañana la incineran, supongo que querrás ir, pero no sé si la familia quiere verte allí.- mascullaba las palabras como un autómata.
- Dime.- apresuré a coger el bolígrafo de la mesita y apunté en mi mano lo que la voz misteriosa me iba a dictar.
- Calle Salvador Allende, 8. Lo siento mucho, Abel, sé cuánto significaba para ti, Berta.
- Espera.- le dije.
- Dime.
- ¿Te veré mañana en el sepelio?.- musité.
- No, estoy en Túnez... Dale un beso grande a Carla, si puedes. Adiós, Abel.
- Adiós.- Colgué el teléfono como si de una bomba apunto de estallar se tratara... mis piernas estaban férreas al suelo.
Empecé a llorar por mi torpeza de no saber que estaba pasando, por haber cargado el peso de la tristeza que ahora duele, sin ser capaz de soltarlo. Lloraba por Berta, por el temor de que no puedo escabullirme ya de ella, estaba ligado a un nombre propio que por momentos lo había hecho mío. 
Me faltó el coraje de decir al tipo que no sé de qué me estaba hablando, me faltó colgar a tiempo de enterarme de lo que había pasado. Pero, ¿quién es esa Berta?
Imaginé por momentos una antigua amante que conocí en la universidad en una de esas clases soporíferas de conocimiento etnográfico; por esas fechas estaba con Marga, pero mi compañera de clase, cumplía con mis expectativas de futuro. 
No recordaba el nombre, tampoco sé por qué me conocía mi interlocutor, y qué pintaba yo en esta historia.
No pude dormir, me pasé toda la noche intentando buscar en mi cabeza un recuerdo, pensamientos lúgubres y repetidas lamentaciones. Sabía que todo esto me iba a hacer penetrar en terrenos movedizos emocionales, y me absorberá toda mi fuerza.
Cerré los ojos y grité: No pienso ir al funeral, grité a la oscuridad y al silencio de mi habitación. 

La mañana amaneció gris y fría. Me sentía como un globo de aire en la boca del estómago, que se iba haciendo cada vez más grande, haciéndose paso, entre la angustia y la opresión del nombre de Berta. Me ofuscaba en mi trance del cual ya era imposible salir. Abrí el grifo del agua fría y la dejé caer por mi plomizo cuerpo, desperté. 
Llamé al trabajo para informar que un familiar había fallecido, y debía acompañar a la familia en este duro momento.
- No te preocupes, Abel, tómate el tiempo que necesites.
Poco a poco volvió mi corazón a palpitar con normalidad, asumí la realidad de la situación y tomé la decisión de asistir al tanatorio para al menos conocer a la difunta.
Compré unas rosas rojas, que llevaba si fuese una antorcha de fuego, con sumo cuidado, las deposité en el asiento de atrás; seguro que a Berta le gustaban las flores rojas, bueno, y si no le gustaban... pensé.
Salí del coche nervioso, cogí las flores, al llegar a recepción del tanatorio, lugar tétrico, frío, uno de los empleados me preguntó por la persona que buscaba...
Entre tantas salas, tantas personas afligidas y aturdidas por la muerte de algún ser querido, empezaba a contagiarme de tristeza... En una pantalla vi el nombre de Berta Sanchís. Señalé al empleado en la pantalla el nombre y me comunicó que se encontraba en la sala 16. 
Atravesé varios pasillos, donde a ambos lados, se encontraban las salas de los difuntos, el silencio estaba roto por el dolor, el llanto y las repetidas palabras "qué pena".  Decoración austera, muebles baratos que hacían paliar el desasosiego de la pena, unido con acuarios de peces de colores para dar la sensación de serenidad. 
Me paré ante la puerta de la sala 16, en una pequeña nota se podía leer:
Berta Sanchís Luna.
D.E.P. Tanatorio Arcángel Miguel, sala nº 16. Incineración. 12,30 horas en el crematorio Virgen de la Luz.
La puerta de cristal estaba cerrada, al entrar, solo se oían los sollozos, casi todo el mundo vestía de negro o de azul oscuro casi negro... De repente, una mujer de unos cuarenta años se acerca a mí y me propina una gran bofetada en cara:
- Eres un hijo de la gran puta, y yo no sé como te atreves a venir aquí.- lloraba desconsoladamente.
El ramo de rosas cayó al suelo. Mi cara ardía y mi pulso estaba disparado. Una gran foto de una mujer joven presidía la sala de colores marrones, al fondo un enorme óculo de cristal, se podía ver el ataúd cerrado, presumiblemente porque el cuerpo de Berta no podía exponerse a la vista de todos, al morir atropellada, era probable que le faltara algún miembro o estuviera desfigurada. 
Me acerqué a la foto y me puse a llorar tapando mi cara entre las dos manos. Ahora ya sabía todo.
Ya no tendré la necesidad de encontrar tus caricias, esas que  se perdieron entre tus manos. No podré verte sonreír con esa pícara sonrisa que me alimenta y me ilumina, no escucharé tu voz, ni las palabras, ni podré susurrarte lo mucho que me importas. Ahora serás mi instante, mi suspiro, mi recuerdo, mi segundo ganado en mi vida, un momento inolvidable... Volveré a encontrarte entre mi pensamiento. 
Berta era la protagonista de mi novela, la que habitaba en mi cabeza, la que vivía para mí y por mí... Era ella la que daba sentido a mi vida...   
Esta noche el cielo muestra una luna entera, plena, inundado de estrellas... desde este momento sé que mi silencio y mi oscuridad deslumbrará con el brillo de Berta. 
  



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