˙˙˙ɐdlnɔ ɐl ɐ ǝsɹıpuǝɹ

La despedida no es mi fuerte, máxime cuando te adentras a un adiós lejano, ese que no es un anónimo deseo y que pertenece a un ambiguo mundo aparte.
Recogí todo de manera rápida, cerré la ventana para que el sol cegador no fuera partícipe de la sustracción de la ranura que conlleva el dejarse la dignidad en los tacones...
 La oscuridad, cómplice muda de mi acto, hizo que tropezara con lo que quedaba del cuerpo de Miguel que seguía aferrado a la botella de ginebra, tendido en el suelo, las rodillas rozadas por la moqueta, la nariz con restos de sangre y los ojos entreabiertos:
- el cabrón da miedo hasta dormido.- musité, mientras me colocaba la gabardina de mi víctima. Mi cuerpo está arrugado y mi corazón latía con fuerza desde las entrañas más profundas. Estaba hueca.
- ¡Dios! ¡Una carrera en la media, maldita sea, cabronazo!.- le solté una patada en el estómago que provocó un onomatopéyico sonido gutural.
Bajé las escaleras a toda prisa, mis tacones cabalgaban al ras de temor, entre el filo de la navaja de los pensamientos y la caída libre del sentimiento más puro: el odio. Salí y un golpe de aire fresco hizo que mis pezones se erizaban duros y firmes, recordándome que iba desnuda, tan solo cubierta con la gabardina y embriagada de su perfume.
Alcé una mano para llamar a un taxi, con la otra agarraba fuerte el bolso:
- ¡Taxi! .- grité como sí fuera lo único que hiciera.
No tenía el valor de hacerlo frente. Me desmayé.

Me desperté en el maletero de un coche, por su espacio reducido, no podía moverme... Amordazada y atada de pies y manos, dejando ver mi cuerpo sucio y usado, escuchaba hablar en otro idioma, no entendía nada. Estaba acabada. Me venían a mi mente miles de imágenes a modo de fotogramas vividos. Me quedé dormida.
De pronto, un ruido en el capó del coche hizo encogerme, el miedo volvía con un sonido seco y metálico.  Al abrir la puerta del maletero, empecé a moverme como una serpiente, a gritar con la mordaza; me sentía impotente, ciega, inútil... Al quitarme la venda de los ojos, vi la cara de un hombre robusto, con barba, pelo rapado, gafas de sol, que me decía:
- Calla o será peor,  prométeme que no gritarás, más que nada porque no me gustan las mujeres gritonas y será en vano, porque no te escuchará nadie, ¿entendido? - me bajó la mordaza, el acento me era familiar.
- Yo no he hecho nada. Yo solo soy una puta. - angustiada, rogué y me puse a rezar... no creía en nada, pero mi abuela me decía que en los momentos malos, igual la luz se encendía en el misterio. Buen consuelo, pensé.
Me sacó del coche en volandas, seguía atada: 
- ¿Qué vas a hacer conmigo?
- Nada. Dejarte libre. Quiero aliviar toda tu culpa. 

Se oyó un disparo. La libertad es una linda belleza que crece en la tierra de uno mismo. Volverá a soñar, quizá a respirar, nunca a oler a putrefacción. Todo fue una estación de paso. Se enfrentó a un dolor y se fue sin pensar, se marchó.
Ella buscará en el pasado, su destino. 












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