C a r m e n por Amar
Prendió la luz del cuarto trasero, buscando su mañana como cada
día; afuera había un diálogo de un amanecer frío y gris, que paraba con una
sonrisa las inclemencias. El calor lo llevaba dentro, se notaba por los
sonrosados pómulos que coronaban su cara, prominentes, gorditos y tiernos. Se
recogió el pelo en un moño alto, lavó su cara, y se vistió con cuidado como una
autómata. Preparó el desayuno para los señores, untó el pan con manteca colorá
que tanto les gustaba a los niños, tendió la colada, y se estaba tomando una
taza de café echada en la ventana mientras veía su nostalgia reflejada en el
cristal. Recogía cada mañana con leves suspiros su sueño amable de felicidad.
Ensimismada, tomaba pequeños sorbos de café, pensó en escribir a casa y
contarle a su hermana mayor todo lo que estaba pasando. Cada segundo del
momento vivido.
- Al menos me sentirán más cerca.- meditó en voz alta, mientras
bordeaba con sus dedos el filo de la taza. El sonido de la olla del puchero la
hizo volver a la realidad y desplegó todos sus quehaceres en tan solo un
segundo. Canturreando una coplilla despertó a Manuel y Francisco, llenándolos
de besos y caricias.
- Vamos, prendas, que se nos hace tarde, ya tenéis la leche y la
tostada de manteca preparada, pero antes os laváis esa cara de sueño.- abrió la
ventana y notó un escalofrío. - Cuándo llegará la primavera, esa estación de
paso vestida de invierno. - ¡Vamos no querréis que don Eladio se enfade por
llegar tarde!
- Ya vamos, Tata.- contestó apesadumbrado Francisco.
- ¡Manuel, vamos cielo mío!.- le besó la frente.
Se sentía la princesa de un cuento, de su propio reino encantado,
cuando los niños en su trote se abalanzaban sobre ella en un largo y profundo
abrazo.
- ¡Ay, mis nenes, lo que me quieren!.- con sus manos les atusaba
el pelo, mientras ellos devoraban su desayuno.
- ¡Hoy don Eladio nos va enseñar varios insectos, Tata.!- gritó
Francisco entusiasmado. - No me digas, tesoro. Venga, termina que llegaremos
tarde.
Manuel cabizbajo se terminó la leche y le agarró de la mano, con
su cartera sobre la espalda mientras esperaban a Francisco que había subido al
desván.
- ¡Llegaremos tarde, corazón, si no te apresuras! Francisco bajó
las escaleras de dos en dos, cogió los libros y agarró también a su hermano de
la mano.
- Tata, es para poder ver bien el bichito.- agitó una lupa
mientras esbozaba una sonrisa. Ella había diseñado el día a los pequeños
ratones, como ella les llamaba, inocentes aprendices de emociones, inquietos,
que la escuchaban y a veces la interrumpían para preguntar entusiasmados.
Manuel alzó la voz mientras andaba con pequeños saltitos. - Tata,
¿nos comprarás una torta de aceite para merendar?.-
- Claro, Primor, y nos vamos a los caballitos de la plaza de Santa
Ana, ¿vale? - ¡Bieeeeennn!.- brincaban de alegría.
Se colgaron de su cuello y un gran beso en ambas mejillas fue la
despedida en la puerta del colegio. Les achuchó con un leve azote en el culete
provocándoles una risa juguetona y les advirtió que se comieran la fruta que
les había metido en la cartera para la hora del recreo.
La gran algarabía de la puerta del colegio hizo que Carmen se
despistara, se abrochó la rebequita de punto porque parecía que el frío iba
calando su interior, cuando notó que alguien le cogía del brazo.
- Princesa, ¿adónde vas tan aprisa?.- las palabras le rozaron su
cuello provocando que su piel se erizara.
- ¡Qué sorpresa!.- un beso furtivo en los labios calmó el frío que
Carmen sentía de esta mañana de abril; la primavera estaba amaneciendo. Dentro
de ella crecía el amor, tan profundamente que no podría expresarlo con
palabras, ni aunque todos los miembros de su cuerpo pudieran hablar.
- Acompáñame, corazón, a comprar unos pliegos de papel, sobres y
sellos, he de escribir a mi hermana unas palabras para comunicarle que me
encuentro bien.- le dijo mientras apoyaba la cabeza en su hombro. Pasearon por
el centro de la ciudad, el día se hacía paso entre los dos, pendientes del
sabor de los besos, destinos del corazón sin atender a razones.
- ¡Al rico barquillo de canela para el nene y la nena, son coco y
valen poco, son de menta y alimentan, de vainilla ¡qué maravilla!, y de limón
qué ricos, qué ricos, qué ricos que son!.- cantaba un barquillero en la Plaza
de las Descalzas.
- ¡Niño! Dame cinco duros de barquillos, para la señorita.- se
volvió hacia ella guiñándole un ojo, correspondido con la sonrisa y el destello
verde de sus ojos.
- ¡Dios! ¿Por qué tiene uno que ser separado de alguien a quien
ama tanto? Ángel mío, debo irme a cumplir con mi jornada.- sus manos se posaron
sobre su cara, ligeramente. - Ven a mí, ven, abrázame... ¡No existe cosa más
bendita que este fuego que siento!.- se fundieron los dos en uno solo en la
despedida.
Al llegar a casa, terminó sus tareas y antes de comer se sentó
entre vapores y olores de comida a escribir la carta a su hermana. Sentada
frente a la ventana que le conectaba con el mundo, era capaz de recordar cada
momento, sentía cómo latía su pecho y en el remoto instante de su máxima
pulsación, estaba él.
Madrid, 18 de abril de 1959.
Querida mía:
Por favor no te molestes conmigo por mantenerme alejada tanto
tiempo.
Cuando recibas estas letras, confío en que te encuentres bien, ya
que desde que me vine a esta gran ciudad no he tenido noticias tuyas; y siendo
tú mi hermana mayor y quererte como te quiero, me resulta muy difícil vivir el
día a día sin saber de ti.
Llevo tres meses alejada de mi tierra, y la nostalgia hace ruinas
en mi quehacer diario; he encontrado trabajo como interna en una casa, los
señores se portan bien conmigo y sus dos hijos me tienen una gran estima.
Dentro de unos días tendrán vacaciones, y quieren que me vaya con ellos a
Benidorm, fíjate, yo viajando, lo que nunca he hecho. Verdaderamente me
consideran parte de su familia. Una de las cosas que ronda mi cabeza es cómo
estáis, cómo os encontráis; si padre está mejor de sus achaques y madre cuida
bien de mi Narciso, le echo de menos, espero que no arañe mucho los muebles.
Pero lo importante de mis palabras es contarte lo que siento, hermana mía,
porque aquí no tengo a nadie con quien hablar, e incluso mi día libre lo paso
en casa o a veces la señora me invita al cine, cuando ella no tiene qué hacer.
Todo estaba en orden desde que empecé a trabajar en la casa de los
señores De la Rosa, hasta que llegó esta persona capaz de desbaratar en un
segundo lo que me ha costado años construir, no sé si es un signo de que él ha
sido acostumbrado en calar hondo en mi interior. Una mañana, llamaron a la
puerta, salí a abrir y era el cartero preguntando por la señora, traía un envío
certificado, al no estar, firmé yo, claro, e inicié una simple y llana
conversación: - Buenos días, la señora no está, si quiere se lo firmo yo.- le
dije abriendo mis manos. - Buenos días, de acuerdo, ¿usted es...?.- me dijo con
una mirada grande, viva y una sonrisa que enmarcaba todo su rostro. Muy
amablemente me preguntó que de dónde era por mi acento, que nunca me había
visto por aquí, que mis ojos iluminaban su día y que quedarían grabados por
siempre en su pensamiento. Como ves, me sé al dedillo cada momento de nuestro primer
encuentro, de todo lo que me habló, de su andar y de su forma de llamar al
timbre, porque desde entonces, querida mía, todos los días viene a casa a
entregar el correo en mano y eso que tenemos abertura en la puerta. Y ahora, no
veo el momento en que la mañana alcance mi vida, tesoro, inquieta estoy
esperando ese sonido tan sentido para mí, fusionándose con mis latidos ante su
presencia.
Mi corazón, más que mi razón, es el que me da las respuestas a
todas las preguntas que me cuestiono hasta la saciedad, hermana mía, porque las
noches son largas, muy largas, y los días cortos, muy cortos.
¡Cielos! Si estuvieras aquí para aconsejarme. Le extraño a todas
horas y cuento los segundos que me faltan para verle al día siguiente; es el
primer pensamiento al despertarme y el último al dormirme; estoy en un continuo
devenir, una inquietud se ha apoderado de mi estómago que me impiden probar
bocado. Mi único alimento es su mirada, una caricia furtiva presa del pudor, y
sueño con un beso, poder saborear sus labios carnosos.
Desde aquel instante supe que en su sonrisa se encontraba mi bien,
y en mi pasión su ser, en su presencia, mi fe..., ¡Ay, hermana querida! Creo
que me estoy volviendo loca, loca de atar.
Seguramente cuando me leas te alegrarás por mí, y yo te sentiré
más cercana, y debes saber que al menos tengo un aliciente para estar en esta
inmensa ciudad. Desde que nos conocemos, vivo en una constante dulce sensación
y mi día gira en torno al cartero y la correspondencia; es como si las cartas
fueran una prolongación de su existencia, arrastra mi frágil corazón y me deja
abrazar por medio del papel diario y su piel: por ese motivo, hermana, he
conocido el amor. ¡Qué grandioso es el amor cuando lo alcanzas! ¡Y qué pequeña
te quedas ante estos sentimientos tan poderosos! Así mi corazón preso de noche
y día, y mi alma caliente se encubre con embozo de luz y alegría. Si pudieras
por un instante sentir como me siento, hermana, verías que soy feliz, por un
momento descubrirías el deseo que me quema por dentro. Y yo sé que la distancia
entre nosotras no será la desidia, porque yo no dejaré crecer la flor del
olvido.
Supongo que te rondará la curiosidad de cómo es mi cartero, mi
galán; hombre apuesto y bien parecido, de cuya mirada contiene toda la luz del
mundo, en su boca reposa el silencio nocturno de los enamorados y su olor
comprende la fragancia del sándalo
perenne que me embriaga hasta el delirio. De gris le vi vestido el
día que a mi puerta llamó, y desde entonces origina el arco iris, enamorada y
perdiendo la poca cordura que tengo. Es mi norte y mi guía en todo momento.
Mi día de asueto suele ser sábado o domingo depende si el señor
tiene que viajar a la siguiente semana; el domingo pasado llamaron a la puerta
y el pequeño Francisco fue a abrir. Era él, hermana, portaba un ramo pequeño de
flores con una nota: “Querida Carmen... te espero esta tarde a las cinco en
“Puerta Granada”, un acceso al Parque del Retiro por Avenida de Menéndez
Pelayo. Tuyo, E.“.
Las flores llenaron mi ilusión y la nota la conservo como oro en
paño, siento un nudo encerrado en torno a mi pecho. Todo el día los nervios me
devoraron poco a poco, eternamente, cuando evoco su nombre sin remisión en mi
esperanza para poder alcanzar mi libertad. Me acicalé y me puse el vestido de
flores que me hizo madre para la graduación de Amalia, ¿te acuerdas?, y la
señora me ofreció un perfume parisino con olor a jazmín, almizcle y pimienta
blanca. Nos reímos porque la señora me dio consejos de cómo seducir a mi
donjuán: que fuera yo misma, y ante todo que me quisiera a mí misma, y por
encima que mantuviera el misterio de la seducción. Así estaba, hermana, muerta
de amor por dentro porque no veía el segundo de encontrarme con él; mi brío
estaba en mi cielo llenado por un sol radiante, que auguró un domingo mágico.
Llegué a Puerta Granada a las cinco en punto y ya estaba él,
vestido de traje azul marino y corbata que le sentaba como un guante; tal
sofoco me subió por todo mi cuerpo que tuve que sacar el abanico que me
regalaste. Al verme dibujó un gesto feliz, rozó mi rostro con sus besos, y
prendió en mi pelo una orquídea blanca. Me agarró suave de la mano y sin
mirarme a la cara, entramos al Retiro. Allí, apoyado en un árbol y bajo su
prodigiosa sombra, me besó en los labios con pudor.
Me sonrojé inmediatamente y bajé la mirada, hermana, fue como si
el corazón se me saliera por la boca y las mariposas de mi estómago se pusieran
todas a aletear al unísono. Me tuve que agarrar de su brazo porque me temblaba
todo el cuerpo. Caminamos por los jardines entre el frescor y el olor de los
rosales y mi tórtolo empezó a recitar el poema de García Lorca, “Granada”. Su
voz quebrada por la excitación provocó la emoción y la ternura en mí, porque
como bien sabes, hermana querida, este poema rezuma por mi vida, y mi inmenso
amor por mi tierra, evidencia mi cariño en vuestra memoria al ser una parte de
mí misma y recuerda mi inocencia de la infancia con la que he mirado sus
paisajes y monumentos, sin olvidarme de las raíces profundas de donde vengo y
en los lugares donde se calma el dolor de la nostalgia:
Granada, calle de Elvira,
donde viven las manolas,
las que se van a la Alhambra,
las tres y las cuatro solas.
Mi piel se erizaba con cada palabra, mi corazón latía al ritmo de
sus versos, y mi mano agarraba fuerte la suya, hermana, como si fuera la última
vez:
Una vestida de verde,
otra de malva, y la otra,
un corselete escocés
con cintas hasta la cola.
Las que van delante, garzas
la que va detrás, paloma,
abren por las alamedas
muselinas misteriosas.
Unas lágrimas cayeron por mi rostro, en ese mismo instante supe
que era el hombre de mi vida y que había cautivado mi razón de ser.
¡Ay, qué oscura está la Alhambra!
¿Adónde irán las manolas
mientras sufren en la umbría
el surtidor y la rosa?
¿Qué galanes las esperan?
¿Bajo qué mirto reposan?
¿Qué manos roban perfumes
a sus dos flores redondas?
Fue el mejor regalo, me alcanzó como un sueño, sin aliento,
apurándome hasta el final, volviéndome a la vida, amándole en la intimidad, al
ras de nuestros latidos en uno.
Nadie va con ellas, nadie;
dos garzas y una paloma.
Pero en el mundo hay galanes
que se tapan con las hojas.
La catedral ha dejado
bronces que la brisa toma;
El Genil duerme a sus bueyes
y el Darro a sus mariposas.
Hermana, no te puedes ni imaginar los sensuales gestos que
protagonizaba mi galán. En el vuelo de su voz me dejé llevar, como la luna en
el consuelo de la noche envolviéndome en sentimientos puros mi interior, y su
voz regó la esperanza de mi deseo de amarle:
La noche viene cargada
con sus colinas de sombra;
una enseña los zapatos
entre volantes de blonda;
la mayor abre sus ojos
y la menor los entorna.
¿Quién serán aquellas tres
de alto pecho y larga cola?
¿Por qué agitan los pañuelos?
¿Adónde irán a estas horas? (...)
Hermana, promete nunca decirme adiós, miénteme diciendo que no me
echas de menos. Intentaré llevar el peso de la razón, lo haré porque le quiero,
solo por eso, porque le quiero. Desde el día del paseo por el Retiro cumplimos
los dos, y decidimos conocernos, ver el día a día, creer en nosotros,
construyendo nuestro compromiso.
Estos días azules y de sol radiante se quedan colgando en nuestro
amor. Deseo en lo más profundo de mi ser que os encontréis bien, os extraño
mucho, os quiero a rabiar hasta quedar colgada mi alma al lado de esta carta.
Este pliego es mi voz, la tinta es mi esencia, y esta carta es lo que siento.
Soy yo, hermana.
Escríbeme pronto, ¡si vieras lo que son para mí tus cartas, aquí!
Y lo bien que me harán tus letras, son mi bálsamo a éste mi querer. Mientras
pueda recordar, recordaré, y podré vivir con el valor de las imágenes vividas
por las dos. Tantos besos como peces hay en el mar.
Te quiero siempre, tuya, Carmen. Besó todos los pliegos de papel,
los dobló con sumo cuidado y los introdujo en el sobre.
Suspiró por un segundo y guardó la carta en el cajón de la cómoda.
- Mi cartero me echará la carta.- pensó mientras faenaba en la cocina.
Hay cosas que no cambian, que son intemporales, eternas, como el mismo enamoramiento, que no es otra cosa que un deseo sexual irrefrenable en forma de nudo en el estómago y suspensión mental.
ResponderEliminarLo has expresado realmente bien, con gran eficacia, muy bonito además, adaptando tus palabras a un tiempo pasado, que no por estar a la vuelta de la esquina, nos parece menos lejano. Gran texto y preciosa foto. Felicidades, compañero.