brisa de verano: NADA.


La flamante luz plateada le deslumbró y no supo llamar al portero automático, colgado en una pared de ladrillos donde se podía leer nombres de tiza, desteñidos y rastros de pegatinas publicitarias... Abrió el bolso y entre una amalgama de cosas cogió la gafas de sol para timbrar el piso. Un dedo nervioso encumbró el montículo de luz y puntual se hundió en la premisa de una voz que contestara.
- Sí?.- un hilo de voz, sumiso, se escuchó.
- Eh... Soy yo, abre...
El sonido de la apertura de la puerta le asustó, sus pies tropezaron juntos en la ignorancia.
Subió despacio los peldaños del encuentro y su corazón se aceleraba al ritmo del destino; descansó, se despojó de las gafas, del sombrero y limpió su rostro de gotitas de sudor y se aferró a la barandilla, jadeando, se topó con la entrada al piso. Decidió esperar a que el jadeo desapareciera, y encontrarse de una pieza ante el encuentro.
Divisó un pequeño interruptor en el marco de la puerta, antes de llamar, se asomó por la ventana de la escalera y en ese momento no se hizo la luz. El cielo aclamaba entre la ligera brisa caliente y grisáceas que lo cubría.
Se fue adentrando entre el sendero de baldosas negras y blancas que se hacía a sus pasos en el momento, porque no acertaba a ver nada; invidente, se guiaba por los ruidos tan extraños, tan lejanos y exclamó:
- Sin tí seré nadie en la multitud.
Bajó las escaleras corriendo y desapareció entre la oscuridad del portal.

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