Incrustado en mi piel



Mientras sudaba, más y más se aceleraba mi respiración, los latidos de mi pulso no marcaban el ritmo, detrás de cada palabra, de cada beso encastrado entre tu piel y la mía... entre pedazos, mordía, agitaba, crecía intermitentemente entre el deseo y la conciencia de ser tuya; me acariciabas mis pechos como si se fueran a romper en mil pedazos, pedazos rotos esparcidos e incrustados en tí, y pendías entre el pezón y el abismo del aliento del jadeo... Alumbrabas mi calor con tus dedos, tejiendo a destiempo un ritmo fijo, creciendo, palpitando...
Salabas mi monte, despedazas entre tus labios mis ansias, apurabas mi felicidad entre el líquido interno... Me sentía plural, y el carmín de mis labios quedo enredado por tu cuello, a modo de marca del tiempo.
Tejíamos una bruma entorno a nuestro uno, unidos, bombeabas mi rosa de los vientos, sin rumbo fijo, prendidos en la luna llena, cercana, mostrando al ralentí el desnudo, reparando los surcos de tu lengua.
Enloquecida, me enmarañé como herida abierta en una sonrisa vertical, dibujada en tu rostro; en seco se acababa mi vida, entregada bajo un esbozo abstracto.
Tengo la sensación que una luz ha iluminado mi interior, sin pensar, algo nuevo golpeaba la aldaba de mi aduana... Me encontraba incrustada en el perfume corporal de los metros de piel que sumábamos los dos.
Mudé el alma de destino, sin echarme atrás, brillaba en tu mirada, tersa, firme... me estabas viendo ser feliz entre tus brazos, y sigilosamente te robaba resuellos, como ladrón a medianoche, aferrando los recuerdos en mi piel enquistada, memorizada cada segundo que llevo dentro.
Volví a volar como un ángel, descubriendo nuevos caminos, inmensos, llenándome las soledades y el vacío de mi corazón.

Sin descuido entraste en mi vida de nuevo, quedándote, y sin olvidar las palabras, ni los sueños, ni la convicción de creer en mi. Gracias, Lourdes, vuelves a cautivarme...

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