toda una vida...



La mañana tumbaba de nuevo a Rogelio en medio de las voces que abrumaban su existencia, de fondo, Rosaura a la que sus piernas no respondían por la cantidad de años metidos en su cuerpo, setenta y seis, junto con sus sentimientos y sus decenas de quilos de más, pesaban como quintales y hacían de ella una mujer desdichada, a la que ver la calle era todo una fantasía añorada.
Rogelio era su piel, sus manos, e incluso su razón, de la que ya poco quedaba...
Esos ruidos sonoros acompasados entre la rutina voz de su mujer y el declive de su juicio destronado hacían de él un hombre triste y gris, sordo y ciego de lo que acontecía a la vida de los dos...
Murmuraba meneando su cabeza a ambos lados a todo lo que le mandaba ella, y una sonrisa forzada que, a veces, combinaba con dos taciturnas palabras y una mirada ausente, libre sin remilgos:
- ¡Qué sí, mujer, Qué sí!
- ¡No olvides mis pastillas, que no tengo para hoy!.- gritó desde la alcoba.
Cerró la puerta, suspiró metiéndose el aire denso de una mañana fría de principios de un invierno gélido, entre sus pulmones, su boina tapaba su rostro desplegado de melancolía, y sus gafas de pasta negra resaltaban sus ojos azules encastrados en unos párpados caídos...
- Buenos días, Roge.- le saludó el vecino del tercero.
- Sí, buenos, buenos...- murmuró.
Hace falta una vida para llegar a aprender a vivir y eso es lo que pensaba Rogelio, entre la práctica diaria y el cuidado intensivo de él mismo y de su mujer, no veía la hora de tener paz, sentía que había llegado el momento de partir antes que la carcoma termine de aniquilar la poca sensatez que le quedaba.
Sumido en una depresión, alejado de su cotidianidad, dedicado en cuerpo y alma a ser un hombre de su casa; Todas las mañanas bajaba a eso de las nueve y media a la calle, se tomaba un cafetito con leche en el bar de enfrente y leía, sin sentido, las noticias de un periódico manchado con enormes círculos de grasa... Al terminar, se disponía a comprar los artículos que había apuntado en una lista con letra nerviosa y curva.
Como un autómata a las once estaba de vuelta, con sus quehaceres realizados y al grito de Rosaura:
- ¡Siempre te retrasas, Rogelio! ¿Es que había mucha gente en el mercado?
Nunca contestaba, cabizbajo, y arrastrando todo su peso en sus pies, colocaba, lentamente la compra y preparaba la cafetera para sentarse junto con su mujer a tomar el tercero frente a la televisión.
-No, no quiero, no quiero hacerlo.- musitaba.
Acechaban su cabeza unas voces que impulsaban a Rogelio a hacer cosas que no quería... Padecía demencia senil, más su depresión hacía que se ahogara en su día a día, sin ilusión, sólo se aferraba a su soledad, porque tanta experiencia, marcada en esas manos arrugadas y ásperas por sostener dos vidas, y nadie preguntaba... Su cabeza agachada con la mirada perdida anhelando buenos viejos tiempos como si los de ahora ya no importaran.
Terminado el tercero, acicalaba entre envites y discusiones a su mujer...
- ¡Yo puedo sola, déjame...!
Rogelio no aguantó, se tornó en negro, difuminado una mancha entre todas esas voces oscuras; con semblante serio se arrojó al destino fatal: caminó tambaleándose hacia la cocina, abrió el cajón, cogió un cuchillo, lo miró fijamente, perdido de toda razón, de toda vida... Se dirigió a su mujer, la besó en la frente, y le asestó en el cuello, saciando las voces que le incitaban a matarla.
Rogelio desahuciado de sentido cogió el teléfono:
- ¡He matado a tu madre, hija!.- le dijo sin mover un ápice su rostro marcado por el terror.
Empuñando el cuchillo lleno de sangre, se lo clavó en el abdomen, y se sentó al lado donde yacía Rosaura.
Le cogió su mano y enlazó sus dedos con los suyos... y logró a decir:
- Lo siento.
No quería vivir dependiendo de una vida inválida, no quería vivir desprovisto de luz, no quería vivir sabiendo que no podía cuidar de ella, no quería vivir solo, quería morir para sentir la paz, la tranquilidad.
(basado en una noticia publicada en el país el 29 de noviembre de 2010)
www.elpais.com

Comentarios

  1. Es terrible estar en esa situación y no ser atendido de esa depresión...pobre hombre y pobre mujer, es muy muy triste.

    ResponderEliminar
  2. Dura la vida, duro tu relato, pero cuánta verdad hay en él. Y qué de miseria oculta detrás de las puertas. Me ha gustado mucho, Miguel Angel.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares