femenino singular: Leonor, una lectora ocasional.





- Escucha atentamente mi pequeña.- le dijo su tía.
Leonor abrió bien sus ojos como si fueran a salir de las cuencas, y le prestó interés con los cinco sentidos.
Creció en la más absoluta ternura, y destacó en los primeros años de la escuela, ejerciendo a veces de maestra particular a aquellos niños que les costaba algo más estudiar. Dedicada en cuerpo y alma a su tía invidente, huérfana de padre y madre; su adolescencia la pasó entre las gentes del pueblo, regalando felicidad por el simple hecho de recitarles las cartas que recibían.
- Esta niña ha nacido con un don.- decían las señoras del pueblo.
Inculcaba los mejores deseos a la gente del pueblo y se convirtió en adulta con tan solo trece años, porque la vida le había dado varios golpes.
- Tía, ¿mentir es malo?.- le dijo mientras hacía esperar a la panadera que llegó a casa con una carta de su marido, echado a la mar, hace más de seis meses.
- ¿Por qué preguntas esto, hijita?.- mascullaba.
- Por nada... porque soy incapaz de darles malas noticias a esta pobre gente. Vienen a mi con esperanza, con alegría de saber, y yo no quiero desilusionarles...
- Bueno, en ese caso son mentiras piadosas, de las que no duelen, y mentir para hacer el bien, no es malo, Leonor, haces un excelente trabajo.
- Gracias... Pero es duro, intento poner voluntad, aunque a veces se me paren los pulsos, de las cosas que leo, tía, y observo de reojo a mi oyente para que no me note alguna mueca encriptada o un gesto torpe que mi presente intuya alguna mala noticia.
- Sostienes dos mundos, tesoro, como un fiel espejo, y nada vale más que hacer feliz a los nuestros, intenta declinar lo malo y lo perverso.
- Los mejores momentos de la lectura, tía, son en los que te encuentras con algo que tiemble tu cuerpo, que haga de alguna manera entender el mundo; las palabras acarician tu mente, sensaciones descritas, pensamientos que sugieran momentos vividos... Aprendo con todo ello, tía.- una gran sonrisa dibujó su perfecto rostro.

- Leonor, mi niña, disfruta de esta hogaza de pan de centeno, por leerme la carta de mi esposo... ¿podrás escribirme una respuesta? ¿Sí?
- Claro, Dolores, no te preocupes, y di a tus hijos que su padre está bien, y volverá pronto a casa.
Besó y estrechó entre sus rudos brazos a la pequeña Leonor, despidiéndose con un aire risueño.

Su cuerpo queda expuesto a la fisura, le atormentaba mentir a sus espectadores, creando una farsa, comprendía lo que era estar sola, la mentira le provocaba soledad.
Quería sentir el frío otra vez para convocar el recuerdo como quien susurra una melodía pegadiza o el que siente rozar una piel y esperar el calor. Leonor ya cumplía los veintiún años, y sus pensamientos iban adquiriendo un dibujo inexacto del futuro.
Conocía cada máxima, cada grafema, signo o manuscrito de las epístolas que le ofrecían a leer; y simplemente por el encabezamiento sabía lo que remitente transmitía al destinatario.
- Juan, te escribe tu hija desde Lisboa....
Leonor preparaba cada momento como para que la memoria del oyente imaginara cada letra, cada pausa, silencio y poder sentir unos esbozos metafóricos fascinantes llenos de amor y felicidad, disfrutaba de la pequeña maravilla de los espacios escogidos por ella: el jardín, el viejo sofá, el porche de la entrada, o incluso la bodega, en el frío invierno se sentaban a la lectura en la cocina, al calor de un fuego enriquecedor.
- Siéntese, Juan, ahora le traigo un vasito de vino de nuestra cosecha...
Juan le obsequió con unas alpargatas rosa, por un segundo de felicidad.

A Leonor le gustaba cerrar los ojos y pensar, le gustaba creer en un nuevo día, en la libertad, y sentirse conectada con toda la gente del pueblo.
A los treinta años, había empezado a recorrer sola su vida, maestra del pueblo y lectora ocasional de epístolas, sin olvidar su utópico sueño y crear su realidad, descubriendo que en su vida hay luz para iluminar a otros...



Comentarios

  1. Me ha encantado, opino lo mismo que Cesar. Que bonito, que fácil te resulta escribir y que tacto tienes para transmitir sentimientos. Me recuerda cuando trabajando en Correos había gente que no sabía leer y te pedían por favor si le podías leer la correspondencia....te sentías un poco Leonor y te quedabas con un regusto de felicidad muy agradable..

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