A través del escaparate de un sábado canicular...

Sábado. Diez de la noche. Quedada. Calor insoportable. Decidimos tomar un refrigerio antes de ir de peregrinación al gueto. Confesiones. Zumos equivocados. Sandwich equivocado. Seguimos con calor. Criticamos en el postre a todo ser viviente que entra en el lugar en el que estamos.
Comienza nuestro camino, decidimos ir a Chueca. Nada de particular, teniendo en cuenta que Madrid tiene una oferta muy diversa; para nuestra sorpresa, la mayoría de los lugares donde solíamos ir en tiempos mejores, no existían... Como si quisieran borrar de un plumazo un pasado en el que fui feliz y al que dicen, que nunca debes volver al lugar donde hallaste la felicidad. Y una mierda para el lumbreras que hizo de una frase banal, una cita lapidaria...
Jodidos pero contentos, nos hacemos camino entre la fauna urbana de lo más dispar; supermodelos de quinta nos invitan a chupitos imposibles, especímenes sacados del baúl del recuerdo nos ofrecen la oferta tipo DIA, dos por una,... garrafón del malo, seguro. E incluso, hombres de verdad, follables, sólo de fachada, te reclaman como elemento primordial del garito del que son relaciones públicas, luego evidentemente no E-XIS- TES... deprimente.
De repente, la nostalgia nos entra sin llamar, apoderándose de nuestro raciocinio, y entramos en uno de los bares que fue testigo de todas nuestras aventuras nocturnas de los fines de semana de hace varios años, ya.
Nuestro bar, nuestro camarero (qué ya no existe), nuestro aire para respirar (tampoco existe, casi llamamos al SAMUR por insuficiencia respiratoria), la cerveza caliente y mal tirada, lo único bueno, espera que piense............................................................................................NADA, ni siquiera la bolsa de patatas que me lanzó en la mesa un camarero de diez años, imberbe, que se movía al son del otro camarero de barra del tipo Músculo sin cerebro.
Comentamos que seguro habían cambiado de dueña, una bollo madura encantadora, que dibujaba una sonrisa cada vez que entrábamos a su bar, todos los fines de semana de antaño. Ahora el decrépito antro, se había convertido en un lugar para el recuerdo.
Pagamos esa insufrible bebida, y al camarero de la triste y rara figura que tardó mil años en traernos la cuenta: me parecieron eternos por el simple y nada importante ausencia de OXÍGENO.
Mi amigo y servidor nos fuimos de ahí para nunca jamás volver. Una pena, penita, pena. BAires, quedará por siempre en nuestro recuerdo.
Deambulamos sin un rumbo fijo, por las calles del territorio gay, sorprendidos sin más por el cierre de ciertos locales... Desanimados seguimos peregrinando.
No sabemos por donde ir, donde entrar, qué hacer... mientras esperábamos una llamada de aliento.
Parecía que había envejecido, en un momento, diez años, pese a no tener ninguna arruga en la cara, es que yo lo valgo: me cuido, mi crema hidratante, mi contorno... pero el envejecimiento no era físico, sino del alma... No encontramos un sitio que nos llamara la atención, que fuera de nuestro agrado. Mi amigo es más conformista, yo, más puñetero, a veces, no sé por qué me aguanta.
Recorrimos y recorrimos las calles del todo el perímetro, hasta que nos metemos, en un bar modesto pero con glamour; las mesas llevaban pluma de boa... algo de glamour será; el camarero, NOR-MAL, agradable, simpático, competente... al menos no se preocupaba si su camiseta de lycra le oprimía la vena aorta, porque no llevaba.. era un gay sin pretensiones, de los que nos gustan, e incluso podría a no ser gay...
Un gin-tonic de Bombay Sapphire, en copa de balón, con limón exprimido y hielo, mucho hielo. Un nestea, en vaso de licor ancho, con hielo y rodajita de limón... SONRISA DE OREJA A OREJA... habíamos pasado del estupor a la alegría en cero coma. Desde ese mismo momento, empotrados en un escaparate a la calle, empezamos a observar, a criticar, lo bueno que es tener una buena lengua... es nuestro otro yo.
Nos liamos a formar pelis y cortar trajes a diestro y siniestro, y ya nuestro sábado empezaba a tener color... más animados, nuestra llamada de aliento, nos ayudó a terminar la noche, bailando, riendo y siendo al menos por el momento, FELICES.
GRACIAS A MIS CÓMPLICES, Cé, y Di.

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