Un mundo para Elías


La mañana transcurrió fría y gris, preludio de lo que iba a suceder. Llegué a casa después de jugar con los vecinos en la única canasta de baloncesto que existía en todo el complejo de casitas del pueblo donde vivíamos. Unos vecinos que alardeaban de todo lo suyo, lo mejor. La mejor canasta, el mejor coche de su padre, la mejor limonada con tropezones que preparaba su madre; yo me limitaba a asentir con mi cabecita inocente, aunque pensando: "y una mierda, yo soy mejor que vosotros en todos los aspectos".
Después de pensar siempre en rebatirles en todas sus opiniones, se me dibujaba en mi rostro una frustración innata, a veces hasta con rencor e incluso terminábamos por el suelo enganchados los tres; claro, dos contra uno.
Entré en casa, y un silencio sobrevino mi existencia, "menos mal que no hay nadie", porque llevaba la camisa rota y sucia de barro, las rodillas mochadas y mi ojo en tonos violáceos.
Corrí las escaleras hacia mi cuarto, y una voz aguda me frenó en seco: "¡Elííííííííííaaaasssssss, ven tesoro, tengo que hablarte!.- era mi Tata, una señora de edad, entre Rottenmeier y Miss Daisy, la mejor suplente de una madre... Mi prima y yo la llamábamos madrecita postiza.
Bajé saltando las escaleras de tres en tres, lo que provocó la ira de la Tata:
"No saltes, muchachito... estamos de duelo..." Mi cara iba tornando momento de circunstancia, supongo que era el mundo de los adultos, que para mí no existía, o al menos no tenía el libro de instrucciones que esperaba, según me contaron, que cuando cumples veinte años te regala la vida.
Al frente de la Tata, empezó a contarme y contarme, hasta la extenuación lo que verdaderamente me importaba, el duelo.
"Algodoncito de azúcar, ha fallecido Tía Adela".- me dijo estrechándome entre su grandes pechos, dos besos sonoros soltados como bombas recayeron: uno en mi oreja y otro en mi tullido hombro.
"Ay, Tata... me haces daño!" me repuse del tsunami afectivo, y lancé un grito seco:
"NOOOOOOOOOOOOOOOOOOO!!!!!!"
Tía Adela era la mejor persona que había conocido, preocupada por el mundo, por la bolsa, por la vecina, es como si dijéramos una ONG, en puesto de urgencias. Para mí era una heroína luchadora por las causas justas. Mi madre la llamaba abogada de pleitos pobres; no se llevaban bien, eran muy distintas, y ahora sus discusiones habían acabado.
Me encerré en mi cuarto con el señor Pepo, un oso de peluche deshilachado con un corazón prendido con un alfiler que mi Tía Adela me había regalado cuando nací y que mi madre, celosa, quería tirar siempre que se topaba con él. El señor Pepo no tenía corazón, y mi Tía Adela le hizo uno de tela roja y con un imperdible lo prendió en su mullido y tierno pecho:
"Elías, rey de los dioses, siempre haz lo que dicte tu corazón, llénalo de acciones buenas y sobre todo, vive con sentimiento todo aquello que anhelas. Sobrevive tu corazón a los recuerdos, y que te ayude a vivir tus proyectos y tu amor."
Todas las palabras de Tía Adela se habían clavado en mi cerebro, y desde entonces construyo mi mundo, un mundo para Elías.
No encajé bien la noticia, me volví algo ausente y mi madre me llevó a un psicólogo:
"La muerte es entendida como un final inevitable e impredecible, no se presenta de la misma manera en todas las personas.
De igual manera el sentimiento que provoca difiere en cada una de las personas esto por la situación en la que cada uno se encuentra en el momento de presentarse la muerte; Elías cuéntame que era para ti Adela.".- El señor de la bata blanca me espetó, mientras yo miraba atónito a mi madre como queriendo decirle que no necesitaba a este matasanos del cerebro.
Con el tiempo intenté persuadir ese sentimiento de dolor, pero Tía Adela había marcado mi mundo y ahora tenía que volver a encontrarlo. Me encontraba desplazado: mi mundo era Señor Pepo, yo y mi corazón... que es el que dictaba mi camino...
Desde entonces vago sin rumbo fijo, ahora tengo Treinta años y mi corazón bombea a ratos, sufro Valvulopatía cardíaca con insuficiencia cardíaca congestiva, necesito trasplante, mi corazón está seco... ahora sé que es más fácil encontrarme con mi Tía Adela y poder erigir mi mundo.


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