Ayer...



Me cogió la cara con las dos manos y me propinó un gran beso sonoro. "¡Quita! tío Ernesto tu bigote me hace cosquillas!!".-dije con cara arrugada mientras me limpiaba los carrillos como si de una mancha difícil de quitar se tratara. "Cada año odio más estas reuniones familiares... último año".-le susurré a mi prima Leonor en el oido, apartando sus grandes lazos horribles que sujetan esas coletas de pelo lacio moreno. Me repuse inmediatamente de ese tsunami de abrazos y besos que era el encuentro con familiares, una vez cada mil. Odiaba los chascarrillos de los patriarcas, las frases del tipo: "has engordado, Carmelito desde el año pasado" que soltaban las mujeres de mi familia... y como decía mi madre: "Carmelo, hijo, te debes a tu familia..." la voz de mi madre retumbaba en mi cerebro y me enfurruñaba pataleando y cruzando los brazos bajo mi pecho.
Lo único bueno que sacaba de todo esto, era las historias que nos contaba mi Tío Ernesto; un hombre amable, simpático, educado, cualquier gesto, cualquier mirada, o incluso cualquier palabra que saliera de la comisura de sus labios... y estaba atento, quieto, sin pestañear.
Con sólo diez años había experimentado una atracción incontrolable hacia mi Tío Ernesto... nunca antes me había sentido igual, y me odiaba por ello. Esta atracción física por mi tío hacía sentirme la persona más repugnante del mundo, le tenía idealizado, no podía pensar en otra cosa sino en mi tío, no como hombre sino como persona.
En la Adolescencia me interesé por la vida de los hombres más influyentes en la historia, y su condición homosexual; Óscar Wilde, Federico García Lorca, Lord Rosebery o Alejandro Magno... Encontré apoyo en todo el mundo y hoy en día comparto mi vida con una de las personas más importantes de mi historia.
"A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante."
Óscar Wilde.

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