Momentos de Ternura...


Estimada y siempre querida mía:

Yo no sé qué diablos me ha traído a escribirte estas palabras, después de tanto tiempo, para encontrarme conmigo mismo, y expresar lo mucho que te echo de menos, aunque he de confesarte que desde la más absoluta pereza, intento debatirme entre el miedo y el silencio que conlleva el poder escribirte esta carta, porque sabes perfectamente que ando de un lado para otro, como vaca sin cencerro, y tener que sumergirme en nuestro pasado, duele…

Decidí millones de veces el trazo de mis palabras, a taparme entre hojas de papel, afilada navaja, y acuñar mi viejo bic para contarte todo lo que anhelo, todo lo que no pude decirte, perpetuar nuestro tiempo vivido juntos; por eso esta misma mañana, esa idea, mezclada con la casualidad de cumplir mi propósito se hacía fehaciente y visible a través de un rayo de sol que entraba inquietante, penetrando mi frente como si quisiera perforar mi cráneo, con una luz finísima, de punzante aguja.

Mis palabras guardadas en la parte de atrás del corazón se hacían escritas con un doloroso quemazón… El despertarme con el desasosiego de escribirte, provocó en mi ser la ira muda avivando así todos los instintos asesinos, conseguí cubrirme con la sábana y acerté a murmurar, casi masticando las palabras: “no me lo puedo creer, hasta el sol está caprichoso, debo escribirle la carta ”. Como lees, tesoro, no deseaba mover ni un ápice el pesado tonelaje de mi ser, pero me atormentaba ese maldito hecho y tan esperado por ti que era saber de mí… “esta malévola voz presiona mi conciencia..” susurraba entre mis brazos, que a modo de mordaza cubrían mi cabeza.

Estaba cabreado, un simple haz de luz había conseguido despertarme de mi letargo, recordando aquello que tenía en mi mente.

¿Ves? ¿Recuerdas, lo mal que lo pasé? Parece que oigo tu voz, cuchicheándome y haciendo el ademán de una cruz flagelante en el pecho: “¿como es posible que te vaya tanto el drama?”.

El día hizo mi cuerpo inerte de energía, sólo moví, como un autómata, mis brazos pesados, aspas de molino, para aferrarme a la penumbra negra de mis sentimientos, y volver a alcanzar mi sueño que me abandonó en el andén del poniente. Un duermevela acusica, que en medio de mi maraña de sentimientos, atemorizaba mi pensamiento para poder hacer efectivas mis palabras escritas.

Me incorporé en el abismo de la cama, tembloroso, y solo provoqué mover las insulsas arrugas de mi pijama que caían sobre mis piernas, un pijama de nuestro hermano mayor, aquel que tanto nos hizo de rabiar, el más guapo, el más apuesto, aquel que cercioraba todas sus palabras, aquel que amenazaba como si tuviera un cementerio aparte, y al que nosotros provocábamos sin fin.

Seguro que la nostalgia de estos momentos, te provocará como a mí, la sonrisa, mientras me sumerjo en la amargura del café, misionero de volverme a la vida y a mis recuerdos y sobre todo a tu vida.

Sí, ¿te acuerdas?, al llegar las vacaciones, el calor estival y la excitación del viaje al pueblo, el momento previo, en la estación, allí te encantaba ser la mayor, una especie de Rottenmeier adolescente, gritona y llena de granos, que al menor descuido me ganaba un capón debajo del pelo como solías decirme… sí, allí tú y yo tomábamos el tren, nerviosos, ya que la abuela nos esperaba en otra estación; me mordía las uñas hasta los nudillos, medio cuerpo fuera de la ventanilla del vagón, agitando las manos para que nos viera ella, un punto de color en el horizonte de la estación, la sonrisa desbordada de la cara y cargada hasta los topes de maletas y bolsas, ya sabes la abuela no podía meter todo en una maleta, y reunía a modo de puzzle miles de bolsas de plástico del “super del barrio”.. ¡qué ansiedad me producía el pensar olvidar a la abuela sentada en el andén!

¡Ay, Qué momentos..! esos besos húmedos y sonoros, el achuchón con olor a abuelita, dulce y floral. Sentados entre el traqueteo torturador del tren, odiaba la forma de peinarme, ensalivaba la palma de su mano rugosa y presionaba mi pelo sobre mis orejas, donde dibujaba una raya en medio, tan perfecta que se podía cortar mi cabeza en dos mitades fastuosas igual que una cala de sandia. Tú te reías y yo soltaba al aire un puntapié sin lograr alcanzarte, aunque al final reíamos sin parar, hasta que la abuela desencajaba a gritos: “¡¡¡ niños, me he olvidado la llave!!!” sí, la llave de la casa del pueblo, a veces era un descuido que acababa en el fondo de su bolso y nos devolvía la sonrisa con un paquete de “chimos” de caramelo para los dos, pero otras veces, estaba en lo cierto, entre la rabia y la tristeza abandonábamos el tren.

El viaje en tren no apaciguaba las ganas de llegar y disfrutar nuestras vacaciones; cierro los ojos y oigo la algarabía de los colegas esperándonos en la estación. Mis colegas y tus amigotes, personajes en proyecto de adulto… recuerdo cuando me chivé a la abuela que fumabas a escondidas en el muelle y tú me linchabas delante de tus adultos amigos…

Jo! Sonrío feliz de esta nostalgia de blancura que nos llevaba todos los veranos a ser las personas más felices de la tierra; Acuérdate de las fechorías de mi cuadrilla cuando atrapábamos una rana, la extendíamos de las extremidades, le colocábamos una pajita entre las ancas y cruelmente soplábamos hasta hinchar el cuerpo de la pobre rana, nuestra víctima al saltar… las niñas repipis del grupo, salían corriendo con las manos en la boca, despreciándonos y nosotros no hacíamos nada más que desternillarnos de risa… de sorpresa, tú y la palma de tu mano personificada en una sonora bofetada, de nuevo, la risa y la mofa de tus amigotes hacía que me metiera en el río donde sofocaba el ardor de mi cara y calor veraniego.

Descubrimos los cuerpos tiernos al sol, el deseo, la tontería de si nos gustaba fulanita o menganito, olor a testosterona adolescente, a sexo inocente y puro. Un beso de la chica más guapa del grupo conseguía proclamarme el rey del mundo, un niño disfrazado de macho con voz aguda y hormonas descontroladas, dando lugar a un toqueteo imprudente y a una consecuencia: una hostia a mano abierta.

La noche era especial, ¿te acuerdas, preciosa?, aparte de quejarte porque tenías que cargar conmigo porque la abuela sino no te dejaba salir, para mí era lo mejor. Una pequeña hoguera donde calentaba una vieja lata grande de conservas, troceábamos el chocolate mezclado con leche para tomarlo bien caliente bajo un gran manto de estrellas, acurrucados, contábamos historias de miedo, donde el cagón de mí te abrazaba hasta dejarte sin aliento… recordar nuestros momentos erizan mi piel y enardecen mi orgullo.

Río en este momento, hermanita, al rememorar que aquella felicidad era descuartizada por la voz huracanada de la abuela, llamándome para que volviera a casa, y tú me soltabas: “¡Casimiro ya ha salido, mocoso, a la cuna!” Subía el camino a casa corriendo y maldiciendo en San Pito Pato, antes de que la abuela se quedara ronca de por vida.

Bueno, podría seguir contándote todos mis anhelos, mis deseos de verte pronto, de vivir contigo recordando nuestro pasado pero he de seguir adelante. Sé que las despedidas no fueron mi fuerte, de hecho, mis ojos se sumergen en un pequeño desconsuelo, y créeme que nunca dejaré crecer la flor del olvido.

Éramos niños risueños que marchábamos al pueblo atiborrados de sensaciones, con ganas de aventuras, de amores, sin dejar nunca de soñar y sobre todo de ser mejores personas.

Como siempre inolvidable, unas palabras tan bonitas como tú, mi hermana.

Te quiero a rabiar.

XXX

P.D.: la celebración de mi amor te traerá hasta mí el 19 de noviembre, vestida de lila, con una flor en tu pelo moreno. Hasta entonces, recuerda mi mirada en la ventana suspirando tu llegada, como un cuento.

(PRESENTADA AL CONCURSO EPISTOLAR 2008)

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