Tormenta de verano

 


Cerré los ojos, mis entrañas ardían, quería morirme, quería que me partiera un rayo, que me desmembraran y dejaran expuesto al sol mi corazón latente, púrpura, y verlo convertido en cenizas...

Tapé mi rostro para no enfrentarme a una realidad dura, llevado por un tsunami de emociones, sin el don de la palabra, sobre el fuego de la tierra que quemaba mis pies fríos por el miedo a lo que se venía encima.

¿A dónde va mi amor, si me siento condenado por tu hecho? No me sé contestar y tú no me ayudas... Por eso volteo, y me vuelvo mío sin control.  Queriéndome. 

Hay un tiempo para olvidar, un tiempo para existir en ese tiempo equivocado para dejar atrás los fantasmas del pasado. Tiempo para creer en mi... 

Ahora mi cuerpo está dormido; las caricias forzadas me fluyen como hielo derretido, los besos extraños y violentos se disipan como efervescencia y el amor se perdió sin usarlo. Ahora me convierto tan frágil que mis ojos se bañan de tu culpa en la inmensidad del silencio.

Guardaré el miedo entre el recodo de mi último aliento. 

Parece que es el fin, pero solo es un comienzo... 


Pintura: “La tormenta en el mar de Galilea”, Rembrandt 1633.

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