El Cine



Asomó su cara triste entre las rejas de la ventana del cine del barrio, soñando, que en algún momento pudiera entrar, cuando quitaran de una vez los dos rombos del cartel y no pudiera leer el rótulo pegado en el cristal de la taquilla: "No autorizada para menores de 18 años".

Sentado apoyado de espaldas al muro que separaba la felicidad de su soledad, imaginaba lo maravilloso que sería adentrarse en el mundo mágico del celuloide.

A la llegada del verano, se sentía pequeñito ante la gran pantalla que colocaban en el descampado del barrio, y afligido por la muralla que sobrepasaba tres veces su estatura, maldecía su mala suerte por no poder soñar con las películas de la temporada.

Damián fantaseaba, imaginando, con olor a maíz dulce, entre voces críticas, risas y llantos lo que se proyectase en la pantalla grande...

A veces se veía fantaseando como protagonista de un musical; disfrazado con ropa vieja del desván y las pinturas de su madre, cantaba y bailaba, escenificado su alegría.

Otras quería ser un galán de época engatusando a la actriz principal, y sentir pinceladas de la tontería de cuando uno se siente enamorado. 

Cuando echaban una película de terror, metía su cabeza entre sus rodillas y se tapaba los oídos para que los gritos de los espectadores no le asustaran.

Atrapaba, toda la temporada estival, ilusión tras ilusión, sintiendo que el vacío se hacía inmenso y el aire se vuelve espeso, porque la llegada de la hoja dorada, hacía que los feriantes marcharan a otro lugar, y Damián sentía que sus días eran un saco de acontecimientos inesperados envueltos en momentos ilusionados en volver a ver, de espaldas, la pantalla grande.

Un año, su tío Luis, le invitó a ver "Gilda", desde la noche anterior no pegó ojo, imaginado qué es lo que iba a ver, cómo iba a soñar; le compró algodón dulce, palolú y múltiples sonrisas.

La emoción contenida de Damián emocionaba a su tío Luis, que no paraba de mirarle con los ojos humedecidos y el pequeño Damián se había convertido en un gigante de entusiasmo.

Luces apagadas, ojos abiertos de par en par: una deslumbrante, pasional y provocativa Rita Hayworth hará que la vida de Damián cambie para siempre... Enfundada en un mítico vestido de satén negro y despojándose lenta y sensualmente de un guante mientras entona "put the blame on mane", desnudándose no solo el brazo de Rita, sino la inocencia del grande Damián. Su intemporal belleza, su elegante magnetismo y su desbordante sensualidad, le volvieron loco.

Gracias a su tío y al poder de persuasión con la taquillera, Damián gozó de una noche mágica; ahora las estrellas flotaban como un manto y proyectaban su felicidad. Ahora ya no era pequeñito, sino muy grande... tan inesperadamente. 


Pintura: Paul Cézanne, “Paisaje azul”, 1904.

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