No mires atrás





- Escúchame - dijo el demonio apoyando la mano en mi cabeza -; la región de que hablo es una sombría región de Tu cabeza a orillas del río del pensamiento. Y allí no hay ni calma ni silencio. Las aguas del río son de un tinte azafranado y enfermizo y no corren hacia el mar, sino que palpitan eternamente bajo la pupila roja de tu mirada con un movimiento tumultuoso y convulsivo. A lo largo de muchas millas, a ambos lados del legamoso lecho del río, se extiende un pálido desierto de gigantescos nenúfares. Suspiran entre sí en esa soledad y dirigen hacia el cielo sus largos cuellos espectrales, mientras inclinan a uno y otro lado sus cabezas sempiternas. Allí renacerás. De ellos se levanta un rumor confuso que se parece al rugido de un torrente subterráneo. Y entre sí, suspiran. Pero su reino tiene un límite, el límite de la oscura, densa, horrible Soledad. Allí, como las olas en torno a la barca de Caronte, la maleza está en perpetua agitación. Pero ningún viento agita el cielo. Ese cielo que tú perdiste... 
Eso es el silencio. Acostúmbrate. 

Pintura: “el paraíso perdido” de Gustave Doré, 1866

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