Podría ser peor


La ciudad despierta soñando con un nefasto futuro. Me siento en la taza del inodoro, reflexionando. Se me ocurre, más bien, que puedo estar más cómodo sentado sobre la tapa del inodoro que en una silla. Del asco que me asila. Mirada fija. Se me viene a la mente la imagen de la nueva normalidad, la condición humana, la distancia y el no tocarse... , y en ese momento me viene ese desahogo físico y psíquico... 
En la oscuridad los fantasmas del pasado vestido de un verde carroño y vulgar al más puro estilo mafioso, Nos ofrece su visión personal del mundo, el veto y censura, y un susurro en mis oídos: Por favor, Sea bueno. Cállese de una vez, cálmese, deje de golpear la puerta como un tonto y escuche quietito que no le va a venir nada mal escucharme. Le conviene, yo sé lo que le digo. Duermo. Despierto  y grito. Es un mal sueño. Palabras escupidas al cielo. La gente le mira horrorizada. Ahora toca remar fuerte porque ellos no saben que hacer con su vida. Y el día  comienza lento y seguro como estrella fugaz, pero ese pensamiento se ancla como pura realidad... 
Recuerdo que tenía momentos como en los que hubiera deseado correr en vez de andar; deslizarme por los suelos relucientes de mi casa, marcando pasos de danza; rodar un aro; tirar alguna cosa al aire para volverla a coger, o quedarme quieto y reír... simplemente por nada.
¿Qué puede hacer uno si, aún contando cuarenta y cuatro años, al volver la esquina de su calle le domina de repente una sensación de tristeza y de dolor..., hay dos clases de dolor el que te hace más fuerte o el inútil ese que se ancla como un parásito..., como si de repente se hubiese tragado un trozo brillante del sol crepuscular y éste le abrasara el pecho, lanzando una lluvia de chispas por todo su cuerpo?
La civilización es una estupidez. ¿Para qué se nos ha dado un cuerpo, si hemos de mantenerlo encerrado en un estuche como si fuera algún valioso Stradivarius? 


Pintura: “Muerte de Lucrecia”, Eduardo Rosales, 1871.

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