dicotomias frente a un café cargado y dos ansioliticos



La fuerza de mis entrañas rompió la cafetera roja del recuerdo, abierta mi muñeca, lloré desconsoladamente porque era todo un mundo para mí. Luego sonreí porque era otro recuerdo a eliminar. 
La taza de café que quería preparar cuando la mañana se encontraba fresca y nublada, quedó encima de la mesa con las dos diminutas pastillas blancas para poder despertar a mi realidad.  
Esperaré. Esperaré a que la alegría ilumine mi cara. Esperaré entre recuerdos y olvidos que disipe esa nebulosa que me impide ser yo mismo. 
Me sentaré en la orilla del río y contemplaré la puesta de sol, de un sol ancho y luminoso, que con su aguda luz ilumina en haces el roble que se proyecta sobre el agua. Cierro los ojos para oler ese olor a lavanda y formaré con ellas un ramo para ofrecérmelo. Y ahí estoy, perdido en mi rubor. Esa es mi imagen cuando cierro los ojos, mientras, no sé cómo pasar de un minuto a otro, de una hora a otra de esta vida mía. Soy como la espuma que se desliza sobre la corriente de agua de este río. Resbaladizo, inquieto, pensando una y otra vez sobre el momento vivido, de mi vida, que no es poca, hasta la extenuación; recorro la casa, cada pared, cada rincón como un autómata recojo las pelusas que aparecen, solas, discretas, sin ruido. Como mi vida. 
Intento llorar, por qué será que no puedo, por qué no lloro, es como si se hubiera parado las emociones, soy como un ser inerte. Irrumpe el sollozo, cuando no quiero, lento, con dolor en los ojos y en el pecho. Tengo muchos motivos para llorar, gritar y estar roto. Permitídmelo. 

Odio enormemente eso de: de debes hacer, tienes que, no te dejes, tienes que animarte... no merece ayuda, así como la voz de pena, o los ojos de lamento. Quiéreme sin más, respetando el instante en el que estoy. 
Es el momento más duro de mi vida, por eso duermo con hipnóticos, a veces más de la cuenta, porque no quiero comer techo, no quiero pensar, no quiero que mi cubo me intoxique más de la cuenta. 
El confinamiento, de estos 56 días, han marcado un retorno apático, con un pálido dolor de una soledad que se hace asfixiante, como si en un soplo la vida se me fuera, entre las viejas ilusiones por la que creía sentir la vida. 
El pasado quedó atrás, con un miedo lleno de recuerdos, es la base de construir un nuevo futuro que se me resiste. 

Tengo paciencia, demasiada, porque mi voluntad voló como ave migratoria sin un regreso firme a mi realidad y en mi norte se perdió la fe de creer en mí. 

Por imaginarme por un momento daría cada aliento de mi día, bebería de las tempestades y escribiría sobre el viento los secretos que atormentan mi vida. 

Se me hace difícil, casi imposible, revivir de nuevo lo que arrastra el vértigo del instante, y constatar con estupor que todo ha desaparecido de mis ojos, que soy un hombre libre sin ligaduras ni ataduras, que mis ojos están llenos de vida, mientras la visión persiste, viva, intacta, flotando en lo eterno, en la magia del tiempo; ese tiempo que curará la herida y espero que para siempre. 
Olvidarme en la sombra del mundo y de todo, como una quimera, sin tener miedo a volver a amar, sin importar la vida, sin tener que morir por amar. 

El no ser perfecto, me hiere... 




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