Diez

19 de noviembre de 2004. Puerta del teatro de La Latina. Nervios. Ilusión. 21 horas. Dos besos en la mejilla. Quizá un roce furtivo. De verde ibas el día que entraste a mi vida. Un qué tal abrió fuego a una noche de incertidumbre. Un paseo corto, varias palabras parapetadas al aire. 
A cada momento importante de mi vida le asocio una canción y cuando nos conocimos en mis oídos sonaba "Octubre", canción y disco que te hice escuchar. Ahí empezó todo: "y un cielo bajo, apenado..."
Madrid me parecía más bello, como si el otoño hubiera pintado cada momento de nuestra cita. Cerca de Ópera entramos a cenar. Una taberna que conocías, cocina de mercado. Un lugar con encanto. Creo recordar que cenamos Ensalada de pato, croquetas y huevos rotos. No pudiste negar un postre, como siempre haces; tu costumbre de siempre es mirar los postres antes de pedir la comida, un niño grande, pensé.
A medida que proseguía nuestra cita, más relajado estaba. No paraba de hablar, de reír y tú, impertérrito con tu semblante serio y tu voz grave, asentías. 
Después de la cena, elegí mi bar de confidencias, de los momentos de universidad; las mesas de mármol y hierro forjado eran testigo de nuestras miradas, nuestras palabras. Dejamos que el instinto corriera en libertad. Dos tés. Dos miradas cruzadas. Ruido. Decidimos marcharnos, porque no aguantabas el volumen tan alto del ambiente. El frío hizo su papel y el temor de la despedida se hacía presente. 
Me susurraste ir a tu casa a terminar lo que habíamos comenzado: conocernos. Otro té. 
La distancia de 35 metros cuadrados provocó un beso en la comisura de los labios. Cerré los ojos. Me preguntaste y yo dije no. No quería en ese momento, pero lo deseaba tanto. Absolutamente tanto. 
Habían pasado seis horas como si fueran minutos. 
Me marché con otro beso en el quicio de una puerta y un roce con mi mano en tu cara. Ingenuidad. 
Labramos minuto a minuto, segundo a segundo, sintiendo cada momento como si fuera único. 
En el momento que cerraste la puerta supe que eras mi compañero de vida. Eché un pulso al destino. Gané. 
Pasaron dos días hasta que nos volvimos a ver. Necesitaba más de tí y sentir el contacto de tu piel. Herido de amor estaba. Tocado. 
Mi mes de noviembre, cómplice, labró a fuego mi pasión. No olvidaré nunca los primeros meses; el primer mes sellado con un presente por tu parte y mi susurro: "Quédate conmigo". 
Asentiste con acciones, hechos y tus bellas palabras.
Ahora miro atrás y sonrío, enmudeciendo mi voz y llenando mi mirada líquida. 
Te quiero. Espero saber quererte siempre, sin desperfectos. Siempre es un buen momento, amor.


Esta es la canción... "Octubre" del disco "Sencilla Alegría", Luz Casal.
https://www.youtube.com/watch?v=1VZxRq7Qu8E


Comentarios

Entradas populares