V o l v e r é Mañana



Corríamos por las calles como dos adolescentes, todo nos hacía reír, vivir; la pena no poder besarle o abrazarle en plena Gran Vía, ya que mi amor supuraba más allá del latido o de mi piel erizada, me manifestaba gritarlo.
Pasaríamos la última noche juntos antes de despedirnos y encontrarnos al otro lado del charco. Allí viviríamos plenamente nuestro amor. Nos sentamos en una terraza, nos comíamos con los ojos; nuestras miradas eran libres. Me gustaba regalarle pequeños dibujos impregnados en una servilleta sellados por mis labios en un beso profundo y lleno.
Tú, meloso, lo guardabas rápidamente en el bolsillo izquierdo de tu camisa y con dos toquecitos de tu mano sobre tu pecho me decías:
- ¡Poeta! Aquí estáis seguros.
Reía porque era feliz, pleno, y quería sentir hasta el aire que respirabas, enloquecerme en tus pensamientos y volverme en ti sumando solo uno.
Bajo la mesa intentaba enlazar tu pie con el mío, esquivabas miedoso, mirando a ambos lados de la calle. 
Te robaba la caricia de tu mano en el vaso que ahuyentabas con sigilo, mientras movías la cabeza como si fueras a regañarme. ¡Cuánto te quiero, pequeño mío!
- As-tu déja aimé?.- te susurré ante el estupor que te provocaba el hablarte en otro idioma. 
- Calla, poeta, que no alcanzo tu palabra.- sonreía, mientras lanzaba una patada al aire.
Te deseaba en silencio, mientras la oscura razón quería verme entre tus ojos y querer  respirar de tu aliento. Sería la última tarde juntos, esa era la triste alarma de mi corazón. 
Teníamos todo hablado, programado, para que todo saliera al dedillo, pero algo dentro de mi, intuía que sentir esta misma tarde el calor de tu piel iba a ser la prolongación de un frío oscuro de mi eternidad.  
Abrazados en la destartalada habitación del hostal cerca de la estación, insomne, acercaba mi vida a una mañana con sabor a cama vacía, sin que entrara el sol, bebí de tu aliento dormido y de tu olor dulce de tu cuerpo desnudo.
Tracé varias palabras en un trozo de papel, palabras guardadas de un amor oscuro... y en la primera doblez subrayé "a mi Rubio Príncipe".
Me encantaba observarte dormir, tu respiración lenta y sensual, tu cuerpo en meseta y tu sexo erguido, evocaba una tristeza que había retomado como un árbol hendido por el rayo en medio de nuestro amor. 
- Rubio... tesoro, mío... despierta. Debemos irnos.- le acaricié el rostro, mientras besaba sus manos posadas en su vientre como un pajarito feliz. 
Una sonrisa desbocada le llevó a empujarme contra él y fundirnos en un solo latido.

Sequé mis lágrimas entre la ropa, el recuerdo y el deseo que vivimos juntos y que ahora me llevaba en una maleta que pesaba como quintales. 
- No llores, poeta mío, en una semana estaremos juntos.- musitó.
Nos disolvimos en un abrazo interminable, parado el tiempo, una mañana diluida en la amarga despedida que punzaba en mi pecho. 
- Querido mío, ahora nos escondemos tras esa odiosa amistad que me sabe tan a poco.- le dije robándole dos besos jugosos.
- Te quiero siempre, poeta. 
- Yo más rubiales mío.- lloré desconsoladamente.
De camino a la estación quise pasar por la oficina de la revista "Cruz y Raya", de Bergamín, quería entregar mi manuscrito de mi libro de poemas Poeta en Nueva York.
- ¡Cuánto lo siento, don Federico!, don José no está.- me gritó la secretaria bajo unas enormes gafas de pasta marrón.
- No se preocupe. Volveré Mañana.- saludé con la mano alzada.


Pasaron los meses ni uno, ni otro, sabían nada. El poeta  marchó a su Granada natal, a la espera que Juanito, su rubiales, decidiera viajar con él a América. Allí pasaría un verano, oculto, preludio de un trágico final, en casa de la familia Rosales, a quien haría entrega del sentimiento más puro, del amor más verdadero: el manuscrito de los "Sonetos del amor oscuro". Federico no Volvió mañana, Volvería siempre en cada latido de su amor verdadero. 


El joven rubiales enclaustrado en casa de sus padres en Albacete, una mañana de septiembre, cuando el verano solapaba un triste otoño, en primera plana acierta leer en Abc: "SE CONFIRMA EL ASESINATO DE FEDERICO GARCÍA LORCA". 
Le faltó el aire, quería morir, y a partir de ese momento su sentimiento de culpa se lo llevará a la tumba. Selló sus labios, selló su corazón. 

EL AMOR DUERME EN EL PECHO DEL POETA


Tú nunca entenderás lo que te quiero
porque duermes en mí y estás dormido.
Yo te oculto llorando, perseguido
por una voz de penetrante acero.

Norma que agita igual carne y lucero
traspasa ya mi pecho dolorido
y las turbias palabras han mordido
las alas de tu espíritu severo.

Grupo de gente salta en los jardines
esperando tu cuerpo y mi agonía
en caballos de luz y verdes crines.

Pero sigue durmiendo, vida mía.
¡Oye mi sangre rota en los violines!
¡Mira que nos acechan todavía!

(Los sonetos del amor oscuro. FGL)





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