E u g e n i a


- ¡Qué no me voy! ¡Que me peguen cuatro tiros para echarme, como en la guerra! ¡que me tien que sacar con los pies por delante!.- gritó con voz temblorosa y propensa a las lágrimas de sus ojos diminutos, secos ya, de tanto dolor postrado en su vida.
Eugenia tiene 79 años, y es la abuelita del barrio, aunque parece centenaria; de consumida como un paquete de huesos como le dice el panadero, cuando todos los días le regala su hogaza; cuarteada por el sol: 
- Hija, he trabajao muncho de sol a sol, y encima estaba pendiente de llevar a mi esposo, al campo, el almuerzo... Yo trabajaba en el predio, era ganadera y tuve que vender mis tierras y mis animales para poder ayudar a mis hijos, porque cuando murió mi esposo,...- le explica a una periodista joven, emocionada.- Mis dos hijos varones me hicieron la vida imposible, metiéndose en la droga... .-llora, tapándose la cara con sus manos rugosas, marcas de un tiempo lleno de dolor, como si la vida le hubiese dado unas dentelladas de rabia en su minúsculo cuerpecito. 
Desdentada, al hablar se coloca la mano para que no le vean que le faltan algunas piezas en su enorme sonrisa que hace que sus ojillos se achinen aún más:
- Nenita, perdona que me ponga la mano pero es que no tengo cuartos para ponerme esos dientes blancos como perlas....- se ríe nerviosamente.
Desde hace Treinta y cinco años que vive en la calle Juana de la Vega, número doce, con dos gatos, Pepa y Pepe, y el amor que le profesan todos los vecinos del barrio. Allí de donde vinieron del pueblo, ella y su hijo menor:
- Le enterré hace año y medio... he enterrado a mi esposo, y a mis dos hijos.- vuelve a llorar desconsoladamente.- ya no espero nada, he perdido todo lo que quería y por mucho que pida o ruegue, ya no tengo ilusión por nada. 
Se metió como guardesa de la finca que a modo de pensión acogía a peregrinos que cruzaban la ciudad, parte importante del camino de Santiago.
Sin contrato, sin papeles, sin sueldo: le cedieron un casita miserable con un pequeño jardín, del que ella ha cuidado como si le fuera la vida en ello, a cambio de limpiar y vigilar la pensión. Durante varios años dependía del Arzobispado de A Coruña, pero de aquella relación laboral solo guarda unos recibos sin validez, papeles amarillentos, parduzcos y de letras sobadas en los que constan las cantidades que Eugenia recibía cada dos meses en pago de sus utensilios de limpieza, que rezaba:
"Doscientas cuarenta pesetas del presupuesto de limpieza entregadas a doña Eugenia Marín, a 14 de febrero de 1964."
Sin un sello, sin una firma que conste validez alguna. Sin Nada. Sin un poco de vergüenza por parte de la iglesia a engañar a una humilde anciana.
Eugenia arreglaba la finca entre los vecinos, porque el hospedaje lo cerraron hace unos años, y ya no recibía ningún tipo de recibo, ni huésped,  ni de dinero, tan solo una mísera pensión de viudedad:
- Cielín, cuatrocientos treinta y nueve euros, que estiro como si fuera chicle... como ves, no tengo ningún lujo, tan solo alimentar a mis mininos que es la única compañía en esta infeliz vida que me ha tocado vivir.
La casa infame en la que Eugenia vive ha perdido parte de la techumbre en algunas zonas:
- Me puso Paquito, el ferretero, uralita de esa en la cocina, sino, imagina, señorita.- se coge sus manos, prolongación de sus palabras, alardeando su mandil al aire, peleando contra una hidra todopoderosa.
Pese a todo Eugenia irradia amor con todo el mundo que habla con ella. Te ofrece la vida si hace falta, su vigor, su fe te la muestra en cada poro de su piel. Es como un ángel, llena de luz. 
A su casa le llueven las goteras, que sortea con cubos de latón,.- Ese agua me sirve para lavar las verduras del huerto, y lavar la ropa en la pila... Mi madre me enseñó a aprovechar todo, nenita.- sonríe, abriendo paso a sus dos afilados dientes de su boca.
Los muros están mordidos, igual que Eugenia, por el paso del tiempo, por el moho y las humedades.  
Le quitaron el agua corriente, y la saca de la toma de agua de la calle. 
- Todo esto puedo soportarlo, lo que ya no podría es que me echaran de mi casa, de lo único que tengo, de mi ruinosa y vieja casa que como yo, seguimos en pie, porque ya no me queda nada. Lo he perdido todo. 
Eugenia espera sentada en su sillón rojo de skay, la visita de los ejecutores del desahucio. Pepa en sus rodillas, y Pepe altivo corona la oreja del butacón, fiero, dispuesto a todo.  
Le mandaron una notificación donde le aseguraban que la guardesa de la pensión no poseía la finca en nombre propio y terminaba con un frío leguelo:
"Debo condenar y condeno a la demandada doña Eugenia Marín a que desaloje y deje libre a disposición de la parte actora, dentro del plazo legal, la finca..."
Llora, porque el plazo aspiró ayer, y hoy espera sentada con los pies enjutos y la cabeza altiva, triste pero con la capacidad de lucha que la vida le ha dado, porque Eugenia es una heroína de esta mísera vida.
Todo el barrio llegaba a puertas de la casa, más de doscientas personas convocadas por el colectivo de una asociación que ayuda a los desahuciados.
Ahora, Eugenia sobrevive en esa casa que se desmorona día a día y que deja pasar la lluvia en los inviernos. El plazo cumplió ayer y la iglesia posee la legalidad. Ella no posee nada, Bueno sí, un gran corazón.
Finalmente lo peor que se temía, no ha llegado a pasar. A las 11:42 horas, la comisión judicial decretó la suspensión del desahucio.
Entre aplausos, Eugenia se levantó de su sofá y dijo:
- Hoy necesito que me abracen fuerte, sin ninguna palabra ya... Solo abrazos de todos. 
Sin prisa, sus heridas se curaban con cada beso, con cada abrazo del cariño de todos los presentes.
Eugenia dormirá en su casa, con calma, dejando que la noche venga lenta. Feliz, soñando en perseguir una nueva ilusión.  





¡¡Stop desahucios!!  


Comentarios

  1. Tristemente real como la vida misma, sólo que al menos aquí tenemos un final feliz.

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  2. Que vida mas injusta la de esta pobre mujer, y en su vejez que deberia estar viajando con el inserso, no tiene mas que problemas!!!! Y el papa en casteldogolfo ... muy fuerte. Miguel Angel muy bien escrito cruda realidad

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